(Imagen tomada de notiziecristiane.com).

 

Cada año, desde hace muchos que aparece la cuenta anual de la UNAM, me quedo sorprendido de la frialdad de los números, como recuerdo decía Pedro “El mago” Septién, cada final de un juego de béisbol.

La crudeza de las cifras están ahí, en espera de dotarlas de significados. Un deporte que muy pocos practican, por cierto.

Para las cuentas claras del año 2020, me topo con dos planas en el periódico Reforma, el viernes 26 de marzo. Leo en los datos expresados en miles de pesos, que los “ingresos” de la universidad nacional sumaron 45,528,373.

El subsidio del gobierno federal fue de 41,319,515. Los llamados “ingresos extraordinarios” (de los cuales, se dice, en su mayoría provienen de servicios que las dependencias universitarias prestan a entidades públicas y privadas) dieron 2,601,154. Así es, para quedarse que frío, congelado.

Reiterar en qué se “gasta” el dineral que anualmente se destina a la comunidad puma, tiene su lado masoquista. Lo digo por la eterna cantaleta de la profunda brecha entre los “gastos de operación” y lo que se destina a dos de las tres tareas sustantivas, investigación y difusión de la cultura.

Entonces, “sueldos y prestaciones” se lleva el 80.3%, es decir 36,566,373. Los llamados “gastos de operación” el 15.4%, es decir, 7,012.5, donde se incluyen conceptos como ediciones de libros y revistas, apoyo a programas de extensión y colaboración académica y científica o los costos y gastos de operación de la tienda.

En otro ejemplo del mismo capítulo, podemos saber que la UNAM erogó, en el año de referencia, en energía eléctrica y servicios de comunicación la cantidad de 546 millones 210 mil pesos.

El desplegado de dos planas de la cuenta del 2020, tiene varios apartados. El de “gráficas” señala que los egresos se dividen así: 61.3% a docencia, 26.5% a investigación, 7.7% a extensión universitaria y 4.5% a gestión institucional.

Eso significa que el gasto en difusión cultural debe rondar los 3 mil millones de pesos.

Aunque colocados en el apartado de “gráficas”, se ponen en números la población escolar. En licenciatura hay 217 mil 808 alumnos, en posgrado 30 mil 634, en bachillerato y técnico 11 mil 569 y (vaya curiosidad) en propedéutico de la Escuela Nacional de Música (que es Facultad desde 2014) hay 872 alumnos.

Así, nuestra máxima casa de estudios tiene una población escolar de 360 mil 883 personas, a la cual hay que sumar 50 mil 468 de personal académico. En efecto, no se dice cuántos trabajadores administrativos, de confianza y sindicalizados, tiene por mi raza hablará el espíritu.

Pero regresemos a las más bajas temperaturas. Resulta que profesores de asignatura son 32 mil 709, profesores de carrera 5 mil 524, ayudantes de profesor 4 mil 800, investigadores 2 mil 690, técnicos académicos 4 mil 571 y “otros” son 174.

Visto de esta manera el país-estado de la federación que es la UNAM, viene la pregunta que se reitera año con año: ¿cómo se le hizo para llegar a esta situación en la que, de los miles de millones destinados a la universidad, una bicoca va a la investigación y la cultura?

Y luego ¿cómo abatir que de 45 mil millones solo se puedan generar 2 mil 600 de ingresos por servicios de una grandísima universidad? ¿cómo tener más investigadores? ¿cómo hacer crecer la matrícula de posgrado? ¿cuánto debería aumentar el subsidio federal para hacer de la universidad nacional una institución de mayor velocidad para el desarrollo de conocimiento que incida en el crecimiento de la nación?

Diré que me imagino unas ocho o diez planas en muchos periódicos con las cuentas de todas las instituciones de educación superior (incluyendo a las privadas), así -o más o menos- como las presenta la UNAM.

Muchos números y montones de gráficas para asignarles sus significados respectivos.

Con ese mapa nacional, hacer comparaciones odiosas con otras naciones.

Cierto, muchos misterios por resolver.

Share the Post: