Fuego cruzado en el discurso cultural

La cultura y las artes son un tema presente en los discursos de los gobernantes y de los aspirantes a serlo. En la imagen, mesa de trabajo entre el titular de la Secretaría de Cultura de CDMX, Alfonso Suárez del Real e integrantes del Taller de Artes y Oficios, 2020. (Fotos: Patricia Chavero en Facebook).

Fuego cruzado en el discurso cultural

La expresión es algo inherente al ser humano. El lenguaje es uno de los elementos primarios y prioritarios en el desarrollo de una persona y por tanto de la sociedad. La cultura y las artes son formas compartidas de lenguaje, generan una narrativa común y proveen de identidad. En el caso especifico del arte, el lenguaje es expresivo y creativo, una abstracción y una expresión individual de la realidad que sin embargo no deja de tener cargas simbólicas compartidas. Aunado a lo anterior, el proceso creativo en sí mismo, así como la contemplación y la experiencia estética que provee el acercamiento a las artes, dota a la persona de múltiples beneficios.

Quienes se dedican a las artes como forma de vida lo saben de primera mano y por propia experiencia. Sin embargo, para fortuna de los que pertenecemos al sector cultural, en diciembre del año pasado, Piroska Östlin, director regional interino de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para Europa, declaró que después de analizar 900 publicaciones (lo que representa el estudio más exhaustivo en torno al arte y la salud hasta la fecha) se puede afirmar de manera científica que el arte impacta de manera positiva en la persona y por tanto en la sociedad. “Por ejemplo, los niños pequeños cuyos padres les leen antes de ir a la cama duermen más tiempo por la noche y se concentran mejor en la escuela. Entre los adolescentes que viven en zonas urbanas, el teatro puede apoyar la toma de decisiones responsables, mejorar el bienestar y reducir la exposición a la violencia. La música también puede apoyar la cognición en personas con demencia. El canto, en particular, mejora la atención, la memoria episódica y la función ejecutiva”.

El señalamiento resulta afortunado pues si algo necesita el mundo actual son indicadores y respaldo científico del discurso, algo que nunca han necesitado las artes para crearse pero sí para sostenerse, pues los gobiernos requieren cada vez más de números y más números, datos y más datos para justificar el presupuesto.

Como lo apunté en mi primera entrega, el concepto de cultura es polisémico y amplio así como el devenir de su significado. Por lo tanto, también ha sido extenso el uso y a veces el abuso que de su acepción han hecho los gobiernos en turno, no solo en nuestro país sino en el mundo entero.  Y en las disertaciones políticas, la cultura ha unido y también ha dividido; ha sido sectaria y elitista pero también ha reivindicado. Como sea que se hayan utilizado los conceptos de arte y cultura son un tema presente en los discursos de los gobernantes y en los aspirantes a serlo.

Los gobiernos requieren cada vez más de indicadores  para justificar los presupuestos y las instituciones del sector cultural no están exentas de la necesidad de conocer y transparentar a la sociedad sus números. En la imagen, invitación digital para el Foro de presupuesto INAH-INBAL 2018. 

En México hoy vivimos un clima del todo enrarecido pues el discurso y la realidad presupuestarios no se corresponden. Por un lado el sector vivió por años sin presupuesto propio, pues su quehacer se justificaba como parte del rubro de educación, ubicando al de cultura como un subsector. Por otro lado, el surgimiento de la Secretaría de Cultura era un evento anhelado por muchos creadores, gestores, agentes y miembros del sector artístico y cultural, ya que significaría la asignación directa de recursos y de una mejor implementación de la política cultural.

Bajo este amplio contexto tendríamos el reconocimiento y el uso discursivo de la cultura como proveedora de innumerables parabienes sociales. Porque ¿quién no ha escuchado decir que la cultura genera el fortalecimiento del tejido social, que provee de los elementos necesarios para la construcción de una cultura de paz y puede facilitar los procesos de prevención del delito que tanto requiere nuestro convulsionado país? Todo eso ocurre en la actualidad, a la par de recortes presupuestales, de no respetar los derechos laborales de miles de personas dedicadas al quehacer cultural, de cambios que no llegan para hacer efectiva una simplificación administrativa que garantice el cumplimiento de pagos en tiempo y forma.

Cierto: está comprobado científicamente que la cultura y las expresiones artísticas son elementos de gran poder para la transformación social y el bienestar de la persona. También resulta cierto que hasta el momento poco o nada ha podido hacerse para que de manera efectiva pueda operarse una política pública en materia de cultura capaz de articular tales beneficios. Más graves parecen todavía las exigencias hacia los hacedores de cultura de dar resultados sin aumentar significativa y verdaderamente los recursos para ello. Al menos así ha sido la lectura de los últimos eventos para quienes colaboraron con proyectos federales y locales en materia de cultura comunitaria.

Lo anterior deja entre la espada y la pared el tema cultural, en un punto indeterminado e inacabado: ¿Qué hacer, cómo y con qué recursos?

A manera de colofón comparto los siguientes datos publicados por la periodista Judith Amador Tello en Proceso:

“Con una constante que no supera desde hace más de 10 años el 0.2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), el presupuesto cultural asignado por la Cámara de Diputados para el 2020 es de 13 mil 367 millones 480 mil 531 pesos. De ahí deberán descontarse unos 6 mil millones de pesos (mdp) para servicios laborales, ‘que son intocables’, y de los 7 mil restantes habrán de cubrir –además de gastos de operación (como agua, predio, luz, mantenimiento de equipos, oficinas, vehículos, etcétera)– el pago de los programas sustantivos”.

n.minerva.mm@gmail.com

13 de febrero de 2020.


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