A Dan McClaery
LOS ÁNGELES. La crisis humanitaria que vivimos ante la inusitada irrupción del coronavirus confirma el axioma, con frecuencia olvidado, de que el ser humano no es inexpugnable. No sólo se trata de los efectos de este virus aterrador, sino que en general somos vulnerables y estamos expuestos a un destino que en ocasiones nos depara sorpresas inexorables. Y es que hace unas semanas fallecieron en un lamentable accidente en la carretera que conecta Mérida con Valladolid, en la península yucateca, el artista plástico estadounidense James Brown y su esposa Alexandra.
La pareja tenía más de dos décadas viviendo en México; primero en Oaxaca y luego en Mérida. He conocido estadounidenses que han tomado la decisión de nutrirse del néctar de nuestra cultura, como los Brown. México es un país que ha sido atractivo para muchos artisas, pues la fortaleza de nuestra cultura es una mecha activa que enciende la llama de la creatividad; pero también la vida cultural del país se ha visto beneficiada con aquellos que llegan a establecerse en él. Un ejemplo fueron las migraciones europeas de mediados del siglo pasado, donde desfilaron destacados artistas e intelectuales que dieron un valor especial a la cultura en México. Al final de cuentas, diría José Vasconcelos, la cultura que no vive interactuando con otras está destinada a admirarse únicamente en los museos.
En lo personal, puedo reconocer a algunos extranjeros amantes de nuestro México con quienes he tenido la suerte de forjar amistad; acá en Los Ángeles, por ejemplo, Selma Holo, directora del Fisher Museum de la Universidad del Sur de California (USC) y Dan McCleary, artista plástico y director de Art Division, espacio alternativo para la formación artística de jóvenes de origen hispano. También Steven Lavine, presidente emérito del Instituto de Artes de California (Calarts) y su esposa, la fotógrafa Janet Stenberg, quienes han optado como refugio la ciudad de San Miguel de Allende, o a David Shook, editor de poetas en lenguas originarias mexicanas traducidas al inglés.
De aquellos que han decidido llevar a cabo en México activamente su vida creativa e intelectual, menciono por la cercanía que mantuve con ellos en el tiempo que viví en Oaxaca, a la familia Winter: Marcus, arqueólogo de gran prestigio especializado en Monte Albán, su esposa Ceci, quien además de ser una destacada pianista se ha dedicado a la instrucción musical infantil y a la salvaguarda de los órganos históricos de los conventos en Oaxaca, auspiciada por la Fundación Alfredo Harp, y la hija de ambos, Emi, ya oaxaqueña y excepcional artista plástico.
La conexión
A James Brown no lo conocí en Oaxaca, sino en Los Ángeles; me lo presentó Dan McClaery, su mejor amigo. James nació en esta ciudad y vivió en París y Nueva York donde se formó como artista. En Oaxaca había vivido junto con su esposa Alexandra por cerca de diez años; sin embargo, cuando llegué a vivir a la Verde Anequera la pareja había migrado ya a Mérida, aunque escuchaba inevitablemente el eco de sus voces a través de los miembros del sector cultural en donde me desenvolvía, quienes hacían alarde no solo de su creatividad, sino de la voluntad de la pareja por conectarse con la comunidad.
James, junto con su hermano Mathew, habían trabajado con familias de artesanos en Teotitlán del Valle en el diseño de los tapetes que han vuelto mundialmente famoso dicho pueblo de los valles centrales de la entidad. Asimismo trabajó con el maestro impresor y tipógrafo Gabriel Quintas, en la edición de bellísimos libros de arte-objeto, que James bautizó como Carpe Diem Press, donde participaron varios artistas, tanto nacionales como extranjeros.
En el año 2017 se llevó a cabo segunda edición de la iniciativa Pacific Standard Time, auspiciada por la Fundación Getty, que tuvo como tema Los Angeles–Latin America, PST: LA-LA. Tanto esta ciudad como el resto del sur de California se volcaron para vestir las instituciones culturales con actividades vinculadas con latinoamérica que incluía, desde luego, varias inspiradas en México. Una de ellas fue la exposición “Life and work in Mexico”, de Brown, en el Fisher Museum de USC, promovida por Selma Holo. James exhibió las ediciones del Carpe Diem Press, además de algunos de los textiles de Teotitlán y una serie de pinuras al óleo intitulada My Other House, donde el artista evoca un mundo paralelo, un espacio, compuesto de recuerdos, objetos e imágenes que se entrelazan para el desarrollo de un mundo sensible y creativo; se trataba de una ventana abierta al colosal universo, físico y metafísico, ante el cual nos vemos insignificantes.
En el texto que dedica Alejandro de Ávila a James en el catálogo de la exposición del Fisher, este erudito antropólogo y amigo oaxaqueño, experto en textiles y la botánica endémica del estado, comenta la relevante presencia de personajes como James, que han participado en construir una plástica oaxaqueña, no local, sino vinculada al mundo, tesis similar a la de Selma Holo en su libro Oaxaca across the board.
En las pocas veces que interactué con la pareja puedo decir que forjamos una creciente amistad. Los recuerdo a ambos erguidos; sensibles y amantes apasionados de México. Querían obtener la ciudadanía y fui un poco gestor de su interés. Ignoro si lo lograron pues no tuve contacto con ellos el último año, y aunque no, han dejado una huella que sin duda se petrificará para aferrarse a nuestra tierra. Los Brown estarán felizmente habitando Su otra casa, mientras nosotros, como diría don Jaime Sabines, qué putas vamos a hacer, sino mirar y mirar.
Andrés Webster Henestrosa
Andrés Webster Henestrosa es Licenciado en Derecho por la UNAM con maestrías en Políticas Públicas y en Administración de Instituciones Culturales por Carnegie Mellon University. Es candidato a doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM–CCM, donde también ha sido docente de las materias Sociedad y Desarrollo en México y El Patrimonio cultural y sus instituciones. Fue analista en la División de Estudios Económicos y Sociales de Banamex. Trabajó en Fundación Azteca y fue Secretario de Cultura de Oaxaca. Como Agregado Cultural del Consulado General de México en Los Ángeles creó y dirigió el Centro Cultural y Cinematográfico México.