Los Ángeles. Aquella tarde mi cuerpo se sacudía ante la fuerza invisible del viento, tanto que apenas logré entrar a mi casa. Insistía en ingresar conmigo a mi regufio. Me aferré a la puerta para impedírselo. Su reclamo ante mi osadía se tradujo en un estridente chillido que se metía por los orificios de la puerta para advertirme que ahí estaría esperándome. Pasé la noche a oscuras e incierto de lo que ocurría en el mundo exterior, mientras mi enemigo se rendía lentamente. Llegada la mañana salí a explorar a mi alrededor. Vi las flamas inclementes del cañón de Eaton que se encuentra a sólo algunos kilómetros de donde vivo, devorando el territorio rápidamente ante el apresurado recorrido del viento. Las cenizas se pegaban como plastas en mi rostro y creí incluso percibir el calor de aquel fuego tan cercano. Todo alrededor mío era desolación. Vi los mismos rostros lánguidos y experimenté la misma sensación amarga de hace cinco años en esta misma zona, durante la pandemia.

Cientos de casas como ésta quedaron en ruinas ante los incendios forestales en Altadena, al noreste de Los Ángeles. Crédito de la foto: Aleph Webster Cabrera

Por el negocio que ahora atiendo he tenido la oportunidad de conocer a mucha gente del área y he ido enterándome a cuenta gotas, de la magnitud del desastre. Mi amigo Tony Bañuelos, por ejemplo, perdió su casa en Altadena y con ella el patrimonio que ha forjado durante décadas. Tony es un zacatecano emprendedor que como muchos llegó a este país en búsqueda de un mejor destino para él y su familia. Tony, empezó trabajando lavando platos y con un gran esfuerzo logró adquirir “Jakes”, un fabuloso restaurante en el centro de Monrovia, suburbio situado a a un costado de Eaton, que sirve los mejores desayunos que he probado en el área. “Jakes” es un negocio familiar y una fuente de empleo sustancial. Cerca de 20 trabajadores, todos mexicanos, la mayoría hermanos, hijos y sobrinos de Tony, le dan vida al restaurante. Aficionado a la charrería, Tony es un hombre generoso que se desvive por apoyar a la comunidad mexicana que pulula por la región.

La preparatoria de Pasadena en pie y al fondo el cañón Eaton en cuyas faldas se encuentra el suburbio de Altadena. Crédito de la foto: Aleph Webster Cabrera

Como Tony, muchos paisanos están pasando por momentos aciagos. Ver desaparecido el patrimonio por el que han trabajado décadas en tan sólo unos minutos, debe ser sin duda un golpe brutal. Altadena es una zona de clase media donde muchos de ellos han construido sus hogares. Su cercanía con la montaña permite la convivencia con especies que me ha tocado ver, como el icónico oso pardo que se encuentra estampado en la bandera de California, el águila real y la serpeinte rey; también coyotes, pericos, tlacuaches, zorrillos, mapaches, venados y demás animales que ahora estarán azorados huyendo de su ecosistema.

Muestras de solidaridad de las comunidades de distintos orígenes para los vecinos de Altadena. Crédito de la foto: Aleph Webster Cabrera

Pero la desgracia no termina con la pérdida del patrimonio. Tendrán en cambio que pasar por un tortuoso camino. Varias de esas casas no tenían seguro, pues las políticas de control de precios de pólizas en Califronia inciden en que las aseguradoras se nieguen a otorgar cobertura a los inmuebles, aunado a los altos riegos de incendios forestales. Una pareja me platica que su casa sí tenía cobertura, pero que el seguro tardará años en pagarles, pues la lista para los reclamos es interminable. El pronóstico de otro es menos alentador, pues me afirma que las aseguradoras no pagarán, que incluso preferirán declararse en bancarrota. Me entero por otro de mis clientes que las tomas de agua en varios puntos de Altadena se encontraban relativamente vacías y que los bomberos poco pudieron hacer para apaciguar el fuego. Se trata de otro negocio, el agua, que algunos señalan se ha manejado con avaricia, dejando baja satisfacción en la comunidad.

Los restos de una clínica de servicios de salud que atendía particularmente a la comunidad hispana. Crédito de la foto: Aleph Webster Cabrera

Tocará el tiempo de la reconstrucción. El ingenio y las manos especializadas de nuestros connacionales lo harán desde sus cenizas. La “mejor mano de obra del mundo” según se presume, tendrá el peso de embellecer nuevamente la zona. Seguramente pasarán años para verlo, pero en el proceso se entenderá por qué esta ciudad, su cultura y su economía no puede entenderse sin los mexicanos que la habitan fielmente. Los Ángeles no perderá su sitio como una de las mayores potencias económicas del mundo. Nuestra gente se encargará de ello.

La policía acordona la zona de Altadena para seguridad de los vecinos. Crédito de la foto: Aleph Webster Cabrera

Mientras escribo estas líneas se acerca a mí Ray Brown, extrompetista de la fabulosa banda ochentera “Earth, wind & fire”, quien visita el negocio de manera frecuente. Aficionado al ciclismo, Ray presume haber andado en bicicleta en 45 países y en todos los continentes. Ray está triste; siempre ha radicado en la zona y Altadena es uno de los lugares que prefiere para hacer sus largos y demandantes recorridos. Me dice que esa mañana había hecho su rutina por ahí, pero que decidió interrumpirla, pues los vientos ya avizoraban cierta amenaza. Me despido de él mientras me digo, qué nombre tan oportuno el de su grupo en estas circunstancias: La Tierra, el viento y el fuego. Nuestro hábitat y dos de sus elementos que suelen ser nuestros amigos, pero que cuando enfurecen, logran tal alianza que nos hacen recordar no sólo que somos vulnerables, sino que estamos aquí de paso, mientras que ellos son los verdaderos señores de este mundo.

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