El país escuela (óleo sobre lienzo), pintura del arista estadounidense Wilson Homer (1836-1910). (Imagen tomada de realinfluencers.es).

 

ENSENADA. El regreso paulatino a la normalidad tiene muchos asegunes que no terminan de resolverse y que mantienen a lo cotidiano en una dualidad marcada, como si eso fuera el sello de la casa para estos días de agitación política intensa que no cesa. Bien sea el enfrentamiento INE vs Salgado Macedonio/Morena o el endurecimiento de la guerra sucia en la medida en que se acerca la hora de votar mantiene activa a la vida pública en general, o al menos eso le da vuelo a la labor de los medios.

Pero, ¿más allá de esa cotidianidad superflua hay algo aparte de ella; algo que afecte más a profundidad a la vida diaria? Creo que sí. Por ejemplo, para mí es sorprendente lo que hoy está pasando con la educación, la manera en que ésta se ha venido virtualmente al piso al no poder vencer los retos que le impuso su implementación a distancia, lo que a mí me lleva a pensar, otra vez, en aquello que Sloterdijk en varios de sus libros señala: la educación basada en la alfabetización es un proceso ilustrativo que en nada beneficia el verdadero desarrollo de las habilidades humanas, comenzando, más que nada, porque la educación, desde el siglo XVI, en nada prohíja en los alumnos el perfeccionamiento continuo del sentido de creatividad. Pero, paralelo a lo anterior, los fenómenos asociados a pandemia y educación le dan inicio, casi, a la apertura de una realidad en donde lo icónico-digital desplaza o limita de manera sensible la relación humana, física, y la vuelve así una realidad que, de una u otra manera, ya no será tan intensa como lo fue hasta antes de la pandemia. De aquí en adelante, pues, la educación será un proceso dual, parte del cual seguirá siendo de socialización física (no por mucho tiempo, creo), con la figura dominante del docente como apóstol del proceso y el coro de feligreses, los alumnos, atendiendo (supuestamente) la prédica; pero otra parte igualmente significativa y formal del proceso educativo correrá a cargo de lo icónico-digital (pantalla y teclado, ahora; robots en un plazo próximo).

Pero si lo anterior implica retos enormes en los terrenos de lo instrumental, todo lo que se refiere a la cuestión curricular -que gira de manera primordial en torno a los contenidos, pero que abarca no sólo eso- también plantea ya, de inmediato, pensar cómo asumir la enseñanza del mundo dual que ya tenemos encima, y que, para el 2030, habrá dejado muy atrás los objetivos que, para ese año, se plantea la Unesco habría que alcanzar en lo que se refiere a las tareas escolares mundiales. ¿Cómo enseñar cuestiones estáticas si se vive, en todos los campos del conocimiento, una aceleración extrema? ¿Cómo conciliar, por ejemplo, la urgente y necesarísima preservación del medio ambiente, con todo aquello que ya tenemos encima (particularmente en cuestiones educativas) de la inteligencia artificial que, en educación, si no para el 2030, sí por esos años, en lugar de docentes humanos, comenzará a trabajar con docentes robóticos?

La dualidad que hoy comenzamos apenas a vivir, nos deja asustados sólo de imaginarla para dentro de diez años más. En serio.

 

*Sólo estructurador de historias cotidianas

Profesor jubilado de la UPN/Ensenada

 

gomeboka@yahoo.com.mx

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