ENSENADA. Ya, en una nota anterior, había mencionado esta temática migratoria, que en la actualidad que nos compete pareciera ser noticia de todos los días, como la huida de marroquíes, por mar, hacia territorio español vía Ceuta y la foto de un pequeño de tres años de edad a punto de congelación, que es rescatado por un guardia civil español, y cuya foto ya recorrió el mundo entero, nos eriza la piel, no sólo por el impacto que causa la imagen, sino por la cantidad de significados que esa imagen arrastra: desde la culpabilidad del gobierno marroquí por propiciar ese tipo de fugas masivas, hasta la falacia de los sueños del migrante, que huye en búsqueda de una vida mejor que nunca va a encontrar.
Así, una de las características de nuestras sociedades de la desolación de nuestros días, es la falsedad de nuestras utopías o la desesperación que nos atosiga en nuestra búsqueda de mundos mejores, sin reconocer la falsedad de ese deseo, que por lo común nos conduce a la muerte y nos produce la desolación. Eso, no es un fenómeno aislado. Los datos al respecto son dramáticos: uno de cada treinta habitantes del planeta eran (según datos de la ONU para 2019) migrantes, ya que -reproduzco datos ya citados en otra de mis notas- “En 2019 el número de migrantes internacionales (personas que residen en un país distinto al de nacimiento) alcanzó casi los 272 millones en todo el mundo – 48% de mujeres- frente a los 258 millones de 2017. De estos, 164 millones son trabajadores migrantes. Asimismo, se estima que hay 38 millones de niños migrantes y tres de cada cuatro está en edad (20 y 64 años) de trabajar. Asia acoge alrededor de 31% de la población migrante internacional, mientras que el dato para el resto de los continentes se reparte así: Europa 30%; las Américas 26%; África 10%; y Oceanía 3% [datos recogidos del Portal de Datos Mundiales sobre la Migración]”.
Pero, ¿en las sociedades de la desolación de hoy, qué representa, en realidad, la migración en tanto sueño frustrado, utopía imposible de hacerse realidad? El paradigma, supuestamente, que busca concretar todo proceso migratorio se concrete él en donde se concrete (Asia, América, Oceanía, África) es la búsqueda de un mundo mejor, que en la vía de los hechos nunca se concreta, pues ese mundo, según esto por ley, no pertenece a los migrantes y sí, por el contrario, justifica la expulsión del paraíso que no es de ellos, y en donde, por lo tanto, no hay forma de materializar la utopía, pues aún legalizando su estancia seguirán viviendo en la pobreza y en la desgracia.
¿Cómo entonces concretar la utopía? Hay dos vías igualmente complejas. Una, racionalizar la producción en sus países de origen, explotando, con inteligencia, los recursos naturales, escasos, que les dejaron sus colonizadores externos e internos (Brasil es hoy, en este último caso, un ejemplo triste y angustiante, si tomamos en cuenta lo que está sucediendo con la Amazonia) y propiciando una justa distribución de la riqueza. Dos, cambiar de paradigma migratorio. En lugar de migrar en búsqueda del sueño que no se concreta en sus países de origen, migrar para recuperar la riqueza que sus colonizadores, en épocas pasadas, robaron de las tierras de las cuales hoy ellos huyen, concretando esa acción expropiadora sea como sea, lo cual representa una tarea política muy compleja, como en su tiempo lo quisieron hacer los Panteras Negras en Estados Unidos.
En otras palabras, sea como sea es necesario distribuir más equitativamente la desolación entre todos los habitantes de la tierra.
No, no creo que esa distribución equitativa de la desolación la pueda llevar a cabo el G7.
*Sólo estructurador de historias cotidianas
Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx