En la profundidad de los bosques y las selvas tropicales, al fondo de cuevas subterráneas y cenotes, hundidas en terrenos militares o en el mismísimo corazón del Centro Histórico de la ciudad de México, voces del pasado se hacen presentes, con un volumen inusual, en los últimos meses. Parece que intentan decir algo.
El entorno, mientras esto escribo una tarde a mediados de julio de 2020: casi 40 mil muertos por Covid-19 y a punto de alcanzar los 400 mil contagios. Se reconoce oficialmente que hay 73 mil desparecidos en México; la violencia no cesa y los feminicidios aumentan. Los recortes presupuestales en aras de la austeridad alcanzan imposiciones kafkianas como el retiro de equipos de cómputo, la limitación del uso de la electricidad y el consumo de agua en las oficinas de gobierno. Más de un millón de personas han perdido el empleo de enero a la fecha y 16 millones de mexicanos más, se sumaron entre febrero y mayo a la pobreza extrema, según dio a conocer el Programa Universitario de Estudios de Desarrollo (PUED) de la UNAM.
En ese contexto, irrumpe la voz del patrimonio cultural para recordarnos en dónde está nuestra mayor riqueza. Y la del patrimonio natural, de la mano, para señalarnos el camino hacia el futuro.
El Palacio de Axayácatl
Debajo del Monte de Piedad, en el subsuelo de uno de los edificios más bellos del Centro Histórico de la Ciudad de México, se encontraron restos del Palacio de Axayácatl, gobernante mexica que ejerció el poder de 1469 a 1481. Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y del Programa de Arqueología Urbana (PAU) encabezados por Raúl Barrera Rodríguez y José María García Guerrero realizaron el salvamento arqueológico entre septiembre de 2017 y agosto de 2018 pero las autoridades optaron por dar a conocer el hallazgo, según la explicación oficial, hasta que los investigadores confirmaran la información. Lo anunciaron el 13 de julio de 2020.
El hallazgo incluye lajas de basalto que debieron formar parte del piso de un patio del Palacio de Axayácatl, dos sillares prehispánicos en altorrelieve que representan a Quetzalcóatl y un hermoso tocado de plumas tallado en piedra; una escultura mexica con un glifo que simboliza el mercado… Restos de lo que fuera la casa que habitó Hernán Cortés luego de su encuentro con Moctezuma y hasta la toma de Tenochtitlan, desde 1519 hasta 1521, forman parte de este descubrimiento. Dicen los investigadores que el conquistador se mandó hacer su casa en este sitio con las mismas piedras que un día se usaron para levantar el palacio del tlatoani mexica.
Aquí vivió Axayácatl. Aquí mataron a Moctezuma. Aquí residió Hernán Cortés. Así de relevante el descubrimiento.
Los mamuts de Santa Lucía
En mayo de este año se dio a conocer el hallazgo de 60 osamentas completas de mamuts justo donde se construye el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en la base aérea de Santa Lucía. La noticia dio la vuelta al mundo por la cantidad insólita de ejemplares encontrados. Se trata de megafauna del Pleistoceno, era geológica que concluyó hace 12 mil años.
Además de los restos de estos animales gigantes, de la especie Mammuthus columbi, emergieron, luego de miles de años enterrados, los de camélidos, bisontes, caballos y aves y peces, algunos hasta de 25 mil años de antigüedad. Apenas en noviembre de 2019, a diez kilómetros de distancia, en el municipio mexiquense de Tultepec, se encontraron 824 huesos de 14 ejemplares de mamuts más. La diferencia entre un conjunto y otro es, a decir de los arqueólogos, que los pertenecientes a la megafauna de Xaltocan en Santa Lucía, no presentan huellas de cacería humana como los de Tultepec, cuyo contexto señala la existencia de trampas milenarias.
El equipo de salvamento en Santa Lucía, que encabeza Rubén Manzanilla López, está integrado por 30 arqueólogos, un grupo de restauración y 200 trabajadores más. Según información del Ejército, encargado del proyecto, se habilitará en el casco de la antigua hacienda de Santa Lucía un museo de sitio como parte del nuevo aeropuerto internacional.
Aguada Fénix, la estructura más antigua de la región maya
A principios de junio de este año la revista Nature da a conocer otro hallazgo espectacular: la estructura maya más antigua localizada hasta hoy. Se encuentra en Aguada Fénix, Tabasco, cerca de la frontera de Chiapas con Guatemala, y su construcción, según los expertos, data de entre el año 1000 A.C. y el 800 A.C., es decir, tiene 3 mil años de antigüedad. Consiste en una explanada de arcilla de un kilómetro y medio de largo por 400 metros de ancho y de 10 a 15 metros de alto. Culmina en una serie de estructuras, incluida una pirámide de cuatro metros.
¿Cómo encontraron esta maravilla que suponen un gran centro ceremonial?
Takeshi Inomata, antropólogo de la Universidad de Arizona y uno de los autores del artículo en Nature, explicó a la BBC que, para la detección de esta nueva estructura, el grupo de especialistas, del que forman parte varios expertos mexicanos, utilizó una nueva tecnología llamada Light Detection Ranging (LIDAR) que permite obtener un mapa preciso de los sitios en 3D. Desde un avión, el equipo emite rayos láser que penetran a través de las copas de los árboles, de manera que sus reflejos hacen posible escanear la superficie del suelo tridimensionalmente.
Los científicos exploraban aldeas tempranas en la zona desde 2017 y dicen que la estructura es tan ancha y la vegetación que la cubre tan abundante, que a ras del suelo es imposible detectarla y por eso pasó inadvertida durante siglos, pero desde el avión con la tecnología láser, su forma perfectamente rectangular y sus nueve calzadas se hicieron clarísimas.
Los autores de la enorme estructura, según Inomata, pudieron ser los precursores de los mayas clásicos, tardaron unos seis años de trabajo en realizarla y necesitaron 5 mil personas para su construcción. La hipótesis principal es que se trata de un centro ceremonial, el más grande de toda la región maya. Y parece indicar que el paso del nomadismo a sociedades sedentarias fue mucho antes de lo que se pensaba. Hay huellas de cultivos de maíz y se encontraron piezas de cerámica. ¿Quiénes eran y cómo vivían los hombres y mujeres que habitaron estas zonas en época tan temprana?
La mina de ocre más antigua de América
Arqueólogos subacuáticos del INAH, espeleobuzos del Centro Investigador del Sistema Acuífero de Quintana Roo (CINDAQ) y científicos de universidades de Estados Unidos y Canadá participaron en el hallazgo de una mina de ocre de entre 12 mil y 10 mil años de antigüedad. Se trata de la más antigua de América encontrada hasta hoy y ofrece un dato revelador: la actividad minera de los habitantes de la región en la era prehistórica.
El hallazgo tuvo lugar en una cueva inundada de Tulum en Quintana Roo y se dio a conocer el viernes 3 de julio con todo detalle en la revista Science Advances. Es resultado de un proyecto de investigación titulado La Mina que suma ya un centenar de inmersiones, más de 600 horas de buceo y 20 mil fotografías. Para los expertos, si el descubrimiento de “Naia” en el cenote Hoyo Negro contribuyó al conocimiento de los primeros pobladores del continente, ahora puede afirmarse que los humanos de la prehistoria no solo se arriesgaban hacia el laberinto de cuevas de la región para buscar agua o refugiarse de los depredadores, sino también para practicar la minería.
Junto con restos de ocre, los buzos encontraron herramientas de excavación, cúmulos de carbón en el suelo y hollín en el techo de la cueva, señal de que aquellos seres prehistóricos encendían fogatas para iluminarse. Los investigadores van más allá y lanzan la hipótesis de que el ocre pudo utilizarse como protector solar, insecticida y hasta materia prima para crear pigmento rojo y darle una aplicación simbólica al mineral. Esto es, en el uso corporal decorativo e identitario, igual que las comunidades de África hasta el día de hoy. O como los artistas de Altamira que también utilizaron el ocre rojo para pintar bisontes.
La arqueología subacuática, cuya pionera en México fue Pilar Luna, se ha convertido en una ventana al conocimiento del pasado remoto y alimento para el asombro. Otro dato: los dos ríos subterráneos más grandes del mundo están en México.
La banda de Tulum
Apenas el 8 de julio pasado, la joven arqueóloga subacuática Carmen Rojo Sandoval presentó, en conferencia organizada por El Colegio Nacional, a “La banda de Tulum”: diez personajes hallados, del año 2000 a la fecha, en cenotes y cuevas de Quintana Roo. Se trata de cuatro mujeres y seis hombres cuyo origen data de entre 14 mil y 8 mil años atrás por lo que constituyen los restos humanos más antiguos encontrados en América.
Depositarias de patrimonio arqueológico y paleontológico de relevancia mundial, las cuevas y los cenotes de la Península de Yucatán y el caribe mexicano han revelado al mundo información muy relevante en torno a la vida en la prehistoria: las primeras migraciones, la flora y la fauna de la región milenios atrás, las poblaciones premayas, la historia del clima y de los ecosistemas.
Lo que sigue
Las piedras grabadas, los restos del palacio de un tlatoani mexica, las minas de ocre milenarias, una manada de mamuts, antepasados prehistóricos hallados en cuevas subterráneas junto con restos animales de la Era del Hielo o la estructura maya más antigua localizada hasta hoy, parecen insistir en plena crisis y hacer un llamado en voz alta hacia la valoración y el manejo sostenible del patrimonio biocultural.
El asombro es un motor, pero no basta. Después de un hallazgo el trabajo se intensifica para darle sentido a todo lo hallado en el rompecabezas de la cultura. Sigue la consolidación, la delicada labor de los restauradores, la conservación, el minucioso trabajo en laboratorios especializados, la interpretación de los expertos, la investigación. Y eso requiere inversión a corto y a largo plazo, búsqueda de patrocinios, divulgación, una política pública a la altura. Para que la sociedad se reconozca en su patrimonio cultural y natural, le encuentre sentido en su vida y se involucre en su defensa y conservación.
Los recortes del 75 por ciento al presupuesto operativo tanto del INAH como del sector medioambiental, así como el diseño de un Tren Maya que desoye la opinión de científicos y arqueólogos, significa un peligro para la conservación del futuro. Ya lo dijeron especialistas que han levantado la voz: lo que está en riesgo con la aplicación del decreto presidencial del 23 de abril, es la diversidad biológica y el conocimiento cultural, pero también la economía de comunidades locales. Sólo por desatender la vigilancia y la restauración de sitios naturales protegidos las pérdidas podrían alcanzar hasta los 40 mil millones de pesos.
Y Tulum, que es faro de recientes descubrimientos, constituye un ejemplo vigoroso porque se trata, como muchos otros sitios en México, de un monumento arqueológico ubicado al interior de un Área Natural Protegida.
Abraham Flexner, reconocido pedagogo estadounidense que defendía la curiosidad como el principal motor de la ciencia y el conocimiento, escribió: “Casi todos los descubrimientos tienen detrás una larga y azarosa historia. Alguien encuentra una pieza aquí, otro una pieza allá. (…) La ciencia, como el río Misisipi, es al principio un minúsculo riachuelo en un bosque lejano. Otras corrientes engrosan gradualmente su caudal. El río estruendoso que revienta los diques se forma a partir de innumerables fuentes”.
Adriana Malvido
Periodista y escritora. Estudió Comunicación en la UIA. Inició en el diario unomásuno en 1979 y en 1984 fue cofundadora de La Jornada donde se especializó en reportajes de investigación en cultura. Ha colaborado en Proceso, Cuartoscuro, la Revista de la Universidad de México y Milenio. Actualmente publica su columna semanal “Cambio y Fuera” en El Universal y colabora en el suplemento Confabulario. Es autora de nueve libros, entre ellos, Nahui Olin, la mujer del sol; Por la vereda digital; Zapata sin bigote; La Reina Roja; Los náufragos de San Blas; El joven Orozco, cartas de amor a una niña y el más reciente: Intimidades, en coautoría con Christa Cowrie. En 2011 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, en 2018, el Premio Pen México a la excelencia periodística y en 2019 fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez en la FIL Guadalajara.