CUERNAVACA. Las manifestaciones culturales en Morelos son inversamente proporcionales a las de su pequeño territorio, entidad apenas creada en 1869. Sus historias de lucha y una poderosa memoria colectiva dan cuenta de un sinfín de agravios, pero también de resistencias contra el oprobio y la colonización. Desde la época prehispánica, por su clima y potencial productivo, las tierras sobre las que se asentaron tlahuicas y xochimilcas han pertenecido a una de las regiones más codiciadas de México.
Visionario, el conquistador Hernán Cortés detonó en la región una poderosa industria azucarera que durante toda la colonia alimentó a la Nueva España, logrando sobrevivir al convulso siglo XIX y las guerras de independencia, hasta llegar a las postrimerías de la Revolución Mexicana en el amanecer del siglo XX. Entre 1908 y 1909, junto a Hawái y Puerto Rico, en Morelos se produjo gran parte del azúcar que se consumía en el mundo.
De esa prosperidad y esplendor, que ahora tantos remontan con nostalgia, solo se benefició la élite porfiriana. Para el pueblo nada, excepto un estadio casi feudal y el confinamiento de una sociedad que fue testigo víctima del racismo y el clasismo por parte de quienes detentaron el poder y administraron el expolio y el despojo sistemático.
Así, entre monocultivo de la caña de azúcar, que transformó de manera radical el paisaje morelense, también germinaron esas historias de resistencia y rebeldía contra todo aquello que significara opresión. El pueblo -dijo alguna vez el dueño de la hacienda El Hospital en el vértice geográfico Cuautla, Ayala y Yautepec-, si quiere tierra, “que siembre en macetas”. Ese pensamiento dominante de los hacendados versus la resistencia de los pueblos indígenas gestó una lucha social en defensa de la tierra cuya fuerza popular activó la Revolución Mexicana, la primera revolución social del siglo XX que hizo del zapatismo su corazón y cerebro ideológico. El legado es de preminente valor moral antes que material; en Morelos, reza una consigna, “si acaso se administra, nunca se gobierna población y mucho menos territorio”.
Toda esa simiente de la historia política y cultural de los pueblos surianos de Morelos dan cuenta de su excepcionalidad. Sus herederos hicieron de la tierra un emblema de lucha y paradigma dialéctico de la defensa y la destrucción de la herencia y la tradición. Pero esta singularidad, ejemplo permanente de dignidad, también conlleva un sino trágico por las violencias de Estado a las que se ha enfrentado su población, desde el intento de exterminio por parte del huertismo, hasta el asedio y marginalidad con que, como castigo, los gobiernos centrales de turno han pretendido someter a las comunidades, en complicidad con las fuerzas políticas de las élites o cacicazgos locales.
A decir de muchos historiadores, antropólogos y sociólogos, desde la época colonial y su pertenencia al Estado de México, hasta que en 1869 se conformara como entidad, la tradición de lucha tan propia de los pueblos nahuas de Morelos -a los que al paso de los siglos se incorporaron otras poblaciones y tradiciones-, se vuelve fascinante para propios y extraños porque entraña una voluntad de persistencia y resistencia que cultiva esperanza de cambio y cosecha la vitalidad de ese suelo material que sostiene sus territorios culturales, esa geografía real que está entramada simbólicamente por todos los imaginarios de ese pasado compartido y de ese futuro como posibilidad, que se revela contra toda forma de oprobio, dominación y colonización, también de muerte y de olvido.
Todos esos elementos constituyen una arista de estudio e interpretación para una historia de la cultura y las artes en Morelos. Por ello, me atrevo a especular en este artículo que consta de cuatro entregas, que difícilmente existen un lugar y un caso similar en todo México en donde, a manera de laboratorio social, se hayan producido tantos movimientos de resistencia cultural ante los embates del modelo neoliberal y de uno de sus productos jurídicos más acabados, la reforma agraria que el salinismo confeccionó en 1992 para la venta de tierras ejidales y comunales.
La pulverización del ejido, la destrucción del campo morelense y la precarización social son consecuencias de ese fracking cultural que amenaza permanentemente con extinguir la vida rural-campesina.
Por ello, en los próximos años habrá que analizar cuáles fueron los otros efectos de la narrativa estatal que pretendió modelar un proyecto cultural de nación que impulsó formas selectivas de gestión cuyas consecuencias rezagaron el desarrollo artístico y cultural de comunidades, municipios y regiones enteras. Igual que en otras entidades del país, incluso los gobiernos estatales, sujetos a las dádivas del entonces Conaculta, terminaron por replicar desde Cuernavaca, la pequeña metrópoli, un sistema cultural que, hasta la fecha, salvo administraciones culturales o momentos de excepción, han hecho del privilegio y la ocurrencia su lógica de operación. Como veremos más adelante, presupuesto sin proyecto es ocurrencia y despilfarro; proyecto sin presupuesto es frustración y miseria creativa, esa suerte de totalitarismo de quien administra el deseo y gobierna la nada.
Frente a esa paradoja de federalismo cultural centralista, en menos de tres décadas, y sin que se lo propusieran, los principales movimientos se fueron entrecruzando en la lucha en defensa del territorio, sus recursos naturales (biopatrimonio cultural), el derecho al trabajo, por el acceso a la cultura y de protección al patrimonio material e inmaterial.
A pesar de la violencia y la criminalización, motivadas por diversas causas, estas luchas han contado con amplia participación ciudadana y popular de campesinos, liderazgos indígenas, comerciantes, con el apoyo de promotores culturales, artistas, artesanos, abogados, defensores de derechos humanos, intelectuales, académicos, investigadores, ambientalistas, comunicadores de radios comunitarias e independientes, así como centros culturales comunitarios e instituciones académicas.
Entre 1995-1997 surgió el Comité de Unidad Tepozteca (CUT) contra la construcción del Club de Golf en Tepoztlán dentro de los polígonos del Parque Nacional El Tepozteco y el Corredor Biológico Chichinautzin. De 1994 a 2017, con el trabajo de asambleas y personas promotoras de las comunidades y pueblos indígenas, se dio el proceso de reconocimiento y creación de los primeros cuatro municipios indígenas: Xoxocotla, Coatetelco, Hueyapan y Tetelcingo (en controversia constitucional). En 2001 el Frente Cívico Pro-Defensa del Casino de la Selva y el Consejo Ciudadano para la Cultura y las Artes en Morelos, A.C abanderaron la lucha contra la destrucción del Casino de la Selva y su patrimonio ecológico, arqueológico y artístico ante la fatídica construcción de una Mega Comercial Mexicana (hoy Costco).
Para 2007 surge el movimiento de los 13 Pueblos en Defensa del Agua, la Tierra y el Aire, contra la especulación inmobiliaria en la región centro-sur de Morelos y la consecuente demanda de servicios, principalmente la del agua, ya insuficiente en los manantiales Chihuahuita, El Salto y El Zapote. Este movimiento conformado por los municipios de Puente de Ixtla, Emiliano Zapata, Zacatepec y Tlaltizapán, específicamente de las comunidades de Xoxocotla, Tetecalitla, Tepetzingo, Tlaltizapán, San Miguel 30, Santa Rosa 30, Tetelpa, Benito Juárez, El Mirador, Acamilpa, Pueblo Nuevo, Temimilcingo y Huatecalco se sumó en 2007 y 2008 a la lucha contra la creación de un relleno sanitario en Loma de Mejía en el Ejido de San Antón, en los límites de Cuernavaca y Temixco, luego del cierre del tiradero de basura en Tetlama en este municipio.
En 2012, con la participación de artistas, artesanos y promotores culturales, surgió el Movimiento Cultura 33 con la exigencia al Estado de generar políticas culturales de desarrollo incluyente para las comunidades a través de la descentralización de bienes y servicios, y que actualmente trabaja en la aprobación de la Ley de Cultura y Derechos Culturales en Morelos. En 2013, por intervención del Consejo de los Pueblos de Morelos, aparece el Movimiento Morelense Contra las Concesiones Mineras de Metales Preciosos y el proyecto de educación popular “Talleres de comunicación comunitaria y defensa del territorio”, este último impulsado por el colectivo Telar de Raíces, que lograron contener el inicio de trabajos de la “Mina Esperanza, Tetlama, Morelos” (de la minera canadiense Esperanza Silver, hoy Álamos Gold). La concesión se encuentra en tierras cercanas a la Zona Arqueológica de Xochicalco en Temixco, que cuenta con una Declaratoria de Patrimonio Mundial. Ese mismo año, la oposición a la ampliación de la Autopista México-Cuernavaca-Puebla -ante la tala inmoderada de árboles y afectación al paisaje cultural y la zona arqueológica de Tlaxomolco-Yohualinchan-, trajo como consecuencia la formación del Frente Juvenil en Defensa de Tepoztlán.
Fue entre 2012 y 2013 cuando se produce la lucha hermanada del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua en Morelos, especialmente de Temoac, Cuautla y Ayala, con los de Puebla y Tlaxcala en contra de la Termoeléctrica en Huexca dentro del municipio de Yecapixtla, y la construcción de un gasoducto en la región como parte del llamado Proyecto Integral Morelos. En 2015 surgió el Movimiento de Protección y Rescate de la Zona Arqueológica “La mezquitera” en el municipio de Tlaltizapan, que fuera destruida por la construcción de la Autopista México Siglo XXI.
A últimas fechas, la defensa del predio del Hotel Vasco en Cuautla ha evitado la construcción de una tienda Chedraui y busca la creación de un parque ecológico, siguiendo el ejemplo de Guardianes de los árboles que en 2011 evitó la construcción de un Superama en el hoy Parque Tlaltenango, Cuernavaca. Prevalece también la lucha por parte de pobladores de Jiutepec por conservar la reserva natural y zona arqueológica del predio Los Venados, ante la manipulación del entonces gobierno de Graco Ramírez y la vacilación del actual gobernador Cuauhtémoc Blanco para evitar la devastación ecológica de cincuenta y tres mil metros, propiedad de la empresa Proyectos Urbanos y Ecológicos S.A. de C.V, en el que, con la complicidad de administraciones municipales y estatales entre 2006, 2015 y 2017, se ha pretendido construir un fraccionamiento del grupo Ara.
Unos más consistentes, otros de trayectoria efímera, estos movimientos han generado procesos de organización territorial más allá de la causa que los originó, pues se tradujeron en procesos de organización de pueblos y comunidades enteras que dieron lugar al surgimiento de colectivos, consejos y asociaciones culturales que han caminado entre la derrota, el éxito y la posibilidad.
De manera paralela a esa genealogía de la resistencia en defensa de los territorios culturales, existe el correlato del surgimiento y transformación de las instituciones culturales y del llamado sector cultural que abordaremos en la segunda entrega de esta serie.
Gustavo Garibay López
es historiador, gestor cultural e investigador independiente del patrimonio cultural del Estado de Morelos, en donde ha sido servidor público. Es integrante del Movimiento Cultura 33, colectivo promovente de la Iniciativa Ciudadana de Ley de Cultura y Derechos Culturales. Es autor de diversos artículos sobre cultura y patrimonio. Próximamente publicará el libro 19/09/17 El epicentro es la memoria. Testimonios después del sismo en Morelos. Un ejercicio para la restauración del territorio cultural y las memorias colectivas.