Entre múltiples aristas que estamos obligados a realizar para ir saliendo de la actual pandemia, además de las sanitarias y solidarias, pienso que resulta inevitable desconectarse de la Internet e independizarse de los dispositivos móviles, para no caer en una lamentable simulación de “vida” postpandemia que nos siga manteniendo atados, secuestrados y sin libertades a la tecnología. Sólo así realmente estaremos superando en verdad este episodio tan impactante y revelador de la existencia humana, donde aún destacan las mejores virtudes de nuestra especie, junto con lo más abusivo y decadente que podemos encumbrar como humanidad.
Si realmente queremos evolucionar y civilizarnos después de esta tremenda sacudida, para evitar una farsa más y seguir poniendo en entre dicho nuestras libertades, propongo y subrayo que es indispensable desenchufarse de esta “vida” hiperbiocultural hasta que cada uno, familias, comunidades, sociedades, regiones y países aprendamos a utilizar las herramientas tecnológicas y no solo ser, como hasta ahora, su instrumento de poder económico-político-cultural. En suma, dejar de socavar el razonamiento, la dignidad y la libertad para recuperar lo más simple, sencillo y congruente de existir: VIVIR, así en mayúsculas.
Cada quién sabe qué tanto se ha deshumanizado y automatizado con la dependencia tecnológica antes y ahora en la pandemia, para decidir y actuar en consecuencia. Es como todo exceso y adicción, una enfermedad reflejo de malestares más profundos hasta convertir la dependencia en un problema crítico, donde solo hay dos opciones: lo dejas o aprendes a manejarlo, pero si la tecnología sigue conduciéndote y no al revés, pues terminas abandonando tu ser y tu existencia en manos de terceros. La única manera de caer en cuenta es dejándolo de hacer y desarrollar en tu persona los antígenos intelectuales, sensibles y éticos que te permitan recuperar la conducción libre de tu vida -en el momento y el tiempo que sea necesario- a voluntad y propia madurez. En sí es desintoxicarte de la Internet, las TIC y todo lo virtual-digital.
Hace unos meses tuve la oportunidad, por asuntos personales, de estar algunos días sin Internet la mayor parte del tiempo pese a que el teléfono móvil estuviera conmigo como un vil grillete, que terminó siendo un bulto inútil en mí pantalón, no niego que tengo una dependencia tecnológica, pero no extrema ni ciega ni supina, porque afortunadamente hay y seguirán existiendo libros, revistas y periódicos impresos aún en pandemia, se diluyen los pretextos. En fin.
Con quién compartí esa breve experiencia, misma que había ya vivenciado en otras ocasiones, pero sólo conmigo mismo, profundicé y viví lo maravilloso de no tener ataduras como anclas para servir a intereses de terceros con el pretexto simulado de que me conviene y necesito el uso de las TIC; recordé lo maravilloso de no ser una de las nuevas generaciones comercial, mercadotécnica y maliciosamente etiquetadas o utilizadas como millennials y centennials -anglicismos insensatos, abusivos y patéticos-; vivir lo maravilloso de estar con tu propia especie sin intermediarios ni medios ni nada que sofocara nuestra atención.
Sí, nuestra atención en vivir y no en depender salvo de lo más primigenio del ser y la naturaleza. Sólo así, sin la tecnología fue como lograr una breve, sencilla o ilusoria aproximación al satori del budismo zen y, no exagero, sólo pretendo incentivarte para que te acerques a la biodiversidad y tu propia naturaleza. Recuperación.
La interacción en los museos y las industrias bioculturales de forma presencial, resalto y repito, presenciales han sido y seguirán siendo baluartes impecables para ayudarnos a ser una mejor versión de nosotros mismos, incluso pueden apoyarnos para mitigar el ego-soberbia humanizándonos nuevamente al regresarnos a lo natural y encontrarnos con nosotros mismos.
Quizás suena muy romántico o utópico, pero qué importa, solo en verdad date la oportunidad de sostener tu desintoxicación tecnológica o hiperbiocultural para renacer y recuperarte; enaltecer y vivir nuestra cualidad comunitaria que brindan estas creaciones y actividades de forma presencial. No podrás saber si no las conoces y no las experimentas, sino te atreves a dejar la Internet y los dispositivos móviles para lanzarte libremente a una diversidad de océanos culturales y naturales que de inmediato conectaran con tus mares interiores.
Date la oportunidad de probar lo que no has saboreado o de regresar a lo que siempre te ha gustado. Poco a poco se han y se irán habilitando más estos espacios físicos para que tú seas el protagonista de tu propia historia, sin cortapisas ni intermediarios ni vigilado ni calificado ni condicionado ni codificado ni cosificado como lo hace una vil aplicación que monetiza tu ser y existencia.
Me queda claro que, desde mucho antes de la explosión tecnológica actual, del ARPANET, no hay un gusto muy generalizado o correctamente acendrado por el consumo de las industrias bioculturales y que siempre estarán en la búsqueda intensa de cautivar públicos, los motivos son diversos y como he expuesto en otros escritos: la familia es el centro y eje primordial para motivar y generar el hábito por el gusto de la diversidad e incluso, más allá de la involución de los cánones que puedan tener algunas familias o grupos sociales, pues no dejamos de ser individuos y por naturaleza curiosos con razonamiento y libertad, obvio si se quiere ejercer, lo que es un buen comienzo.
Si te convence esta propuesta de desintoxicación y quieres experimentar, las opciones son muy amplias y diversas en las industrias bioculturales, donde si de México se trata resulta inagotable todo lo que hay por descubrir o reencontrarse, no se trata de competir con otras elecciones que existen, sino que te permitas ejercer el derecho libre de elegir y por supuesto, conoce los diversos México, son fascinantes y con una gran red de museos a tu alcance.
Porque el museo presencial no influye sino transforma; no transgrede la privacidad sino enaltece el poder del ser; no hace competidores sino fortalece lazos solidarios; no secuestra tu atención sino amplía tu percepción; no te vende sino te comparte vivencias; no tiene cristales aspiracionales sino cristales para sólo conservar lo que se expone. Un museo presencial es la imperiosa e inevitable necesidad actual de desconectarte de la Internet. Desenchufémonos. Me permito ponerlo en la mesa, disfruta más de museos. Sigo insistiendo…
César Octavio Larrañaga
Comunicólogo, antropólogo, fotógrafo, museólogo y consultor de TIC. Su trayectoria incluye la gestión y difusión cultural, así como la producción audiovisual, el periodismo, el trabajo académico y editorial. Además del diseño y operación de estrategias en el manejo de crisis mediáticas y políticas. También se ha desempeñado en el sector privado y ONG’s en materia de medio ambiente. Con una amplia experiencia en museos y museología en México, así como fue becario-investigador en el MNCARS de España.