Después de algunas décadas perdidas, con la aparición de las redes digitales, volví a saber de Jorge Pantoja, un personaje bien reconocido en el ámbito rockero-cultural (autor intelectual del Tianguis Cultural del Chopo), creador de festivales, productor cineasta-documentalista, editor de libros, entre otras muchas actividades lúdicas, pero sobre todo creativo, con el poder de la palabra. Y ahora de la música, nos enteramos.
Tras la temporada hospitalaria que libramos por el “virus canalla”, mis ángeles (Aura y Angie), familiares y amigos me vieron acudir al llamado de Pantoja, quien me invitó a un Face’ Live donde participamos con su hermano, el doctor Eduardo, para conversar nuestra experiencia con el covid 19, en el post-apocalipsis que vivimos el fin del año pasado.
Pero Pantoja, fiel a su incesante creatividad, hizo emerger su faceta de compositor, a la cual le ha dado vuelo a la hilacha, y nos comparte en entrevista el cómo, cuándo y porqué de que se le muevan los neurotransmisores para conectarse con la música. Ésta siempre ha estado ligada a su filia familiar y a su actividad como tunante en este planeta Tierra, que sigue en órbita…
Adán Atayde: ¿Cómo está esto, Pantoja, de que después de 40 años te retiras de la promoción cultural y te dedicas a la composición musical? ¿Qué reacciones ha provocado tu cambio?
Muy contrastantes; te voy a citar dos ejemplos: 1. Miguel Nieto, el propietario del Salón Los Ángeles al oír mi material me dijo que la guaracha, el son montuno y hasta la cumbia se las propusiera a la Sonora Santanera, que él me acercaba con el representante. 2. Una persona, cuyo nombre me reservo, cuestionó mi autoría de las piezas, llegando a decir que me las robé de internet.
¿Y cómo estuvo, te metiste a un curso de composición o aprendiste solfeo? ¿Cómo le hiciste?
No, mi papá siempre quiso que yo fuera músico, porque decía que la música era muy noble. Él fue integrante de la Banda Sinfónica de la Sedena, así como de la banda sinfónica de la SEP. Y si eso no bastaba, los domingos formó parte de la banda musical de la Plaza de Toros México durante 30 años. En la casa había un piano; a mí me regaló un saxofón y un clarinete. Un poco para darle gusto, tomé clases de batería en la Casa del Lago, pero por ahí no estaba mi camino; yo, en lugar de las teclas del piano, le di duro a las teclas de la máquina de escribir. Eso me llevó al camino de la redacción. Y, sin haber acabado la carrera de Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, pude entrar como reportero a trabajar en la Gaceta UNAM, en febrero de 1977.
¿Y cuál es tu técnica de componer?
Me apego más a las letras como primera etapa de trabajo. Esto se explica porque toda mi trayectoria de promotor cultural y también como reportero, siempre están girando en mi cabeza los títulos de los eventos, los cabeceos de las notas; me gusta hacer juegos de palabras, reciclar dichos y títulos ya hechos. Mi trabajo en el Museo del Chopo (1980-1985) me permitió hacer ese tipo de ejercicios. A un ciclo de conciertos de música de cámara lo titulé “Conciertos sin corbata”; a unas mesas de conferencias las nombré “De todo un Chopo”; a un concurso de literatura lo titulé: “Esa no porque me hiere”, sin olvidar “Rock desde acá”. Y a mi libro sobre el Tianguis del Chopo lo nombré Cuando el Chopo despertó, el dinosaurio ya no estaba ahí. Hasta la fecha, colegas promotores me llaman para que les proponga un título a sus eventos. Volviendo al tema de mis composiciones, la mayoría empezaron por un juego de palabras: “No se Reagan que la cosa está muy seria”, son cubano; “Hoy Drá-cula no cir-cula”, merengue; “Te mareas con las mareas”, guaracha, y así la mayoría. A partir de un primer juego de palabras, empiezo a armar la letra que me va guiando hacia un estribillo y después una melodía. Y en el camino se va definiendo el género musical. Ya avanzada la melodía y la letra se la envío a Guido A. Medina, mi arreglista de origen cubano; trabajamos, corregimos y va saliendo el resultado”.
¿Y te vas a dedicar ya a esto?
Para nada, yo creo que más bien es una reconciliación con mi papá, de que no le hice caso de ser músico. Es sacarle provecho a toda la música que he escuchado a lo largo de mi vida. De niño mi papá nos acercó por su trabajo en las bandas sinfónicas a las oberturas, a las marchas, a los pasodobles, así como a lo que él le fascinaba: el jazz, el swing y todos sus derivados. Con mi mamá descubrí a Los Churumbeles, de España; con mis hermanas mayores, Lupe y Lulú, supe lo que era la música tropical; con mi hermana Carmela conocí Me amarás mañana, con el grupo de cantantes negras The Sherelles y a Sergio Méndez, y con mi hermano Chucho, quien formó un grupo de rock con metales, conocí a James Brown y a Chicago. Además, en mi trabajo en la UNAM por tres años fui el reportero que cubría todos los viernes los conciertos de la OFUNAM, apoyándome con los textos de Joaquín Gutiérrez Heras y las entrevistas a Héctor Quintanar y a los directores huéspedes.
¿Qué te han dicho tus amigos, tanto los que se dedican a la música y los que no?
Como no pienso dedicarme a esto porque tengo trabajo fijo y otros proyectos, la única difusión que le he dado a las 31 piezas que he compuesto ha sido en mi cuenta de Facebook, y ahí la reacción es muy disímbola: un comentario muy cálido de Briseño, del son cubano; Delia M (ex Ruido Blanco) que me dijo “tus rolas están muy curadas” con su estilo tijuanense de hablar; palabras alentadoras del grupo Vuelo Libre, de Ruidolfo; Alejandra Villagómez, de la Orquesta Sinfónica de Coyoacán, sin olvidar a Iris Bringas, a quien invité a la interpretación de la fantasía para el quinteto de cuerdas; entre otros. He tenido más respuestas de mis amigos no músicos: Inna Payán, el entrañable Héctor Ortega, Eduardo Cruz Vázquez, Emma Messeguer, Rebeca Becerril, etcétera. Todos los demás son sólo cada vez que estreno una pieza. Yo creo que se acostumbraron a mi papel de promotor, que yo era quien les hablaba para decirles “hay una fecha, el pago es de tanto, hay que meter recibo y el horario de prueba de audio es de…”.
¿Cuándo empezaste a componer, cuántas piezas llevas y cuántas tienes en mente?
Tenía años tarareando “No se Reagan”… Tengo bien claro que la empecé a armar en 1990, en un vuelo de avión de Chetumal a Ciudad de México: trabajaba en Conaculta y regresaba después de inaugurar un evento. Era de noche y había mucha turbulencia y, para no ponerme nervioso, empecé a hacer juegos de palabras. “No se Reagan que la cosa esa muy seria; ya seas libra o seas piscis, a todos nos atrapará la crisis”. La segunda pieza nació en octubre de 2006, cuando llegué muy temprano al Zócalo como parte del equipo del 2º Festival de Ajedrez, en el que armamos un tablero gigante; yo cargaba mi grabadora y recuerdo que registré a la banda de guerra para el izamiento de la bandera, así como todos los ruidos de instalación de las mesas y sillas para la partida de ajedrez multitudinaria. Y ahí empecé a delinear lo que sería mi danzón Amor y rutina. Pero fue hasta cuándo cumplí 60 años, en 2015, cuando me dije “es ahora o nunca”. Y le llamé a Guido y fue como empezamos a trabajar. Hasta la fecha son 31 composiciones y, salvo dos cumbias, todas las demás son de géneros diferentes –marcha, son cubano, danzón, pasodoble, cha-cha-chá, bossa nova, tango, merengue, una fantasía para quinteto de cuerdas, mariachi, ska, bee-bop, swing, entre otras. Por estas fechas estoy trabajando en dos materiales: un mambo de título Solo hay sopa de poro y papa y una pieza dedicada a mi papá y a su historia con la música que interpretaba en su trabajo y la que escuchaba por afición.
Y a la persona que decía que no eran tus composiciones y que te las habías robado de Internet, ¿cómo la convenciste?
Coincidió que cumplí 62 años y quería estrenar con público la Fantasía para quinteto de cuerdas, interpretada por el Grupo de Cuerdas Tlatelolco, con la participación de Iris Bringas en la voz; conseguí un salón con mis amigos del Sindicato de Músicos y armé un programa con casi todas mis composiciones. Guido en la guitarra y con pistas en midi armamos todo el numerito. Invité a esa persona incrédula y entre Guido y yo fuimos narrando cómo nació cada pieza. Fue un doble festejo.
¿Y cómo te encontraste al arreglista, al cubano Guido A. Medina?
Trabajando en la Delegación Coyoacán creamos La Plaza del Danzón en la Alameda del Sur, así que me colé a la comunidad danzonera y me enteré que en Toluca vivía un músico cubano que hacía arreglos para estos músicos. Conseguí su teléfono y le envié mi material. Guido residía en esa ciudad mexiquense porque su esposa es maestra en la SEP de ese estado. Cuando me mandó el danzón, ya con instrumentación y voz, le pregunté que si hacía arreglos para otros géneros. Me dijo que sí y así empezó la historia. Actualmente se fue a Cuba, pero seguimos trabajando. Le he conseguido que otros amigos le encarguen trabajos, como Everardo Lara y Guillermina Arreguín. Aprovecho para invitar a otros amigos para que, si andan por ahí con alguna melodía en la cabeza, no lo piensen más y busquen a Guido.
Adán Alejandro Atayde Sánchez
Es promotor cultural y reportero local de Tlalnepantla y el Valle de México. Trabajó en el extinto Consejo de Recursos para la Juventud (CREA) y en el Programa Cultural de los Trabajadores del IMSS, donde hizo mancuerna con el paradigmático Jorge Pantoja, en la Clínica del Rock, donde desfilaron las bandas subterráneas del género. Posteriormente, labora como bibliotecario de la Red Nacional de Bibliotecas de la SEP, recorriendo el país. Hace una escala como Jefe del Departamento de Centros Culturales del ISSSTE, donde también realiza una temporada de conciertos en el Teatro de la Ciudadela. En el puerto de Ensenada, Baja California, se desarrolla como reportero local en la Bella Cenicienta del Pacífico. De regreso al centro del país, se instala en Tlalnepantla, “la Tierra de Enmedio”, donde desde entonces colabora en diversas publicaciones periodísticas impresas y digitales de la entidad mexiquense y actualmente publica en internet, “el esquizoflujo total y absoluto de la distopía, la cotidianidad, cultura y política del Valle del Kaos” en Por los Caminos de Tlalnerock.