ENSENADA. Trato, en estas pocas líneas, un tema que requeriría ser abordado en un escrito más largo y más formal (cosa que un día haré) pero que hoy quiero tratar, aunque sea así, de manera breve, aprovechando el espacio de que dispongo en esta publicación de los compañeros del GRECU.
Un tema que abordo con objeto de hacer ver que urge, junto con otras muchas cosas, abordarlo desde el gobierno, pues la responsabilidad de ese hacer recae en el ámbito de la gobernanza de la Nación y hasta hoy, desde 2018, nada o muy poco se ha hecho, que no sea lo realizado, que no ha sido sino fuegos fatuos y chisguetes de un chorro que debiera ser continuo y vigoroso. ¿A qué entonces me refiero?
Hay dos libros de Bauman, en particular, a los que me quisiera referir como antecedentes necesarios para sustentar las ideas aquí expresadas: uno, Cultura y sociedad, y el otro, La cultura como praxis, en los cuales el autor polaco nos hace ver que la cultura es hoy, en lo particular, más allá de lo antropológico, una actividad vital e imprescindible (energía pura) para construir el futuro de las sociedades contemporáneas, teniendo, todavía, al hombre como eje de esa construcción, si es que, todavía para entonces (el futuro) hay sociedades humanas, lo cual implica, entre otras muchísimas cosas, que las sociedades actuales corren el peligro de quedarse en eso: sólo actuales, no futuras.
Bauman pone énfasis, así, en que la cultura es una actividad humana vital, dado que ella nace desde que el humano es tal y comenzó a habitar el espacio que hoy ocupa, el cual, con su actividad (con la actividad cultural entre otras varias), ha venido transformando paulatinamente, al grado de que hoy ese trabajo de transformación se ha convertido, de manera paralela, en un quehacer destructivo de dimensiones inimaginables y nada hemos podido hacer los humanos para evitarlo. Pero de la misma manera que el trabajo humano destruye, puede él, si lo quiere, cambiar el sentido de su actividad transformando de manera radical las rutinas culturales que hoy predominan, para así garantizar que habrá futuro para nuestras sociedades.
¿Qué de lo anterior está hoy incorporado a la política que guía (si es que hay alguna) a la actual Secretaría de Cultura del Estado que nos gobierna? Nada, desde luego, a no ser que política sea el promover la hechura, entre pueblos que se supone originarios, de muñequitas de trapo, huipiles y manteles, que luego se exponen en Los Pinos para su venta y darles becas (siempre muy discutibles) a artistas y jóvenes que quieren serlo (¿por qué no leer, así sea un poquito, a Lipovetsky, para ver lo mucho que hoy se puede hacer con las actividades artísticas). Una pérdida de visión, así, absoluta y total.
Es cierto, nada fácil la tarea de promover una actividad cultural que nos facilite y contribuya para la construcción del futuro. Pero bien vale la pena explorar, entre otras varias cosas, los caminos de la decolonialidad (leer a Boaventura de Souza Santos); saber del quehacer artístico como trabajo a realizar, en el muy corto plazo, en los que ya son larguísimos tiempos de ocio, o de un uso más creativo (inteligencia artificial) de las pantallas, que hoy y desde tiempo atrás se imponen de manera brutal sobre jóvenes y niños.
Tantas y tantas cosas hay que hacer con una política cultural que en realidad ayude a construir el futuro del país.
Creo…
*Sólo estructurador de historias cotidianas
Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx