Vicente Rojo y un piano recuperado (*)

Rojo, en una imagen de Lourdes Almeida. A la derecha, el primer cuadro de la serie Jardín a la vista de vuelo de pájaro que el pintor terminó un par de días antes de morir. (Fotografía, cortesía Galería López Quiroga).

 

Sutileza, discreción, sobriedad y calidez fueron algunas de las enseñanzas que Vicente Rojo (1932-2021) asumió de su maestro y amigo Miguel Prieto, el diseñador y fotógrafo que lo condujo en sus primeros pasos por el mundo creativo.

Y como casi todo en la vida resulta un espejo, esa sustancia sutil, sobria y cálida conformó la persona y la trayectoria del autor que murió el 17 de marzo.

Es el artista nacido en Barcelona que se volvió mexicano porque aquí creció arropado por varios deslumbramientos: la luz, el aire y las libertades que encontraba en un país lejano del franquismo y que con 17 años a cuestas aliviaba su orfandad ante la pérdida de un piano, aquella mole que vio partir de casa a los siete años para mitigar las penurias familiares en medio de la guerra. Fue apenas con 80 años que Rojo cayó en la cuenta de que había recuperado ese piano gracias a la compañía de sus amistades y amores. “Al llegar a México ese piano quedó en mi vida, en mi cuerpo y en mis manos”, deletreaba con suavidad y gusto.

Muchas palabras se han escrito desde la noche en que se dio a conocer la noticia en redes sociales: “Vicente Rojo ha muerto”. Paró su aliento dos días después de haber festejado en CDMX su cumpleaños 89 junto a sus querencias más cercanas. Su cuerpo fue despedido en una funeraria al día siguiente y las autoridades culturales han anunciado ya una exposición retrospectiva en el Museo de Arte Moderno como homenaje.

Paso libre se adhiere al recuerdo de una vida creativa larga y fructífera, con ramas multiplicadas en el arte plástico, el diseño gráfico, la creación escultórica y el universo editorial. Porque Vicente Rojo se sitúa como uno de los creadores que ha intervenido en las principales empresas culturales del país. Ya el novelista Martín Solares lanzó en la nube digital una corta frase sobre su aportación multiplicada: “Los libros, las revistas y los periódicos, e incluso los lectores, son mejores gracias al paso de Vicente Rojo por la tierra”.

 

El arquitecto y escultor Fernando González Cortázar, el periodista Carlos Payán y Rojo, en el lanzamiento del periódico La Jornada en septiembre de 1984. A la derecha, en el mismo evento, el diseñador aparece junto a su amigo, el ensayista Carlos Monsiváis. (Fotografía, cortesía de Lourdes Almeida).

 

Fue artífice de suplementos como México en la cultura y La cultura en México, de Novedades y Siempre!, respectivamente; director artístico de Imprenta Madero; diseñador del rostro de las publicaciones Artes de México, Plural, la Revista de la Universidad de México, los periódicos Unomásuno y La Jornada; de portadas de novelas que son hito en Ediciones Era, de cientos de libros de artista y de carteles que abarcaron la actividad cultural posible. Todos pasaron por sus manos diestras, por su cabeza ordenada pero llena de experimentación y soltura.

Largos periodos absorbieron su tiempo en el diseño gráfico pero la pintura fue su proyecto fundamental: al lado de José Luis Cuevas, Enrique Echeverría, Fernando García Ponce, Lilia Carrillo, Manuel Felguérez entre varios más, integró el grupo que en realidad no era tal sino comunión de almas afines y divertidas, deambulando  fuera de lo formal: “la ruptura” que él llamaba mejor “la apertura” en búsqueda de vías libres de ejercitarse en el arte entre los años 50 y 60 del siglo XX, más allá de la preeminencia de los muralistas.

Lejos de ideologías y dogmatismos, o al menos con un enfoque más abierto, los entonces jóvenes pintores como Rojo iban a la caza de la creatividad y la rebeldía que en él era plasmar lienzos cuya carga abstracta y geométrica dio origen a Destrucción del orden, Señales, Negaciones, Recuerdos, México bajo la lluvia y Escenarios, por mencionar series que confeccionó entre las décadas de los 60 y 80. Luego vendrían sus Escrituras y Correspondencias en donde intentó elaborar un alfabeto secreto y también múltiples cartas a escritores y artistas que le significaron en la vida: de Malcolm Lowry y Ramón López Velarde a Paul Klee y Mark Rothko.

 

Variaciones de la serie Volcanes en el estudio de Rojo. A la derecha, el autor en plena faena. (Foto/retrato de Norma Patiño, 2011).

 

Sin miedo a las influencias sino más bien solicitante de ellas, optimista del pesimismo porque creía que este último ayuda a indagar en lo oscuro, Rojo amó no solo la pintura, la literatura, el cine y la música; también a los gatos. Trazó a varios de ellos para el suplemento México en la cultura y luego los reunió para la exposición y libro Gatomaquia (Imprenta Madero, 1961) con un prólogo de José Emilio Pacheco. No recuerdo un minino más grande y hermoso que el del propio Rojo: Avón, que en medio de una entrevista paseó su galanura junto a la grabadora. Y ya desde hace años, la presencia gráfica del gato Avón (gato cabrón) me acompaña en la sala hogareña con su cuerpo hecho en grabado; me saluda como seguramente lo hacía Fritzi ante los acordes del violín que su papá Paul Klee generaba en veladas tan íntimas que solo disfrutaban ambos.

Ya es historia, pero retomamos: en el largo proceso creativo del artista, al lado de grabados y pinturas surgió la escultura; primero de escala pequeña e íntima como variaciones de México bajo la lluvia (años 80), después de dimensiones monumentales y públicas en acero, piedra y azulejo como la Espiga de los suspiros, Estela solar, Volcán primitivo, País de volcanes, Altar y Escenario abierto, a lo largo de las décadas de los 90 y 2 mil.

Era un proceso que desde el ejercicio con el óleo y tintas había iniciado en 1958 en la Galería Proteo con una exposición que a él le resultó “espantosa, con excesos de color, en las formas, el ritmo y en todo”. Se decidió entonces por una tarea “de eliminación” y las series surgidas con el tiempo se tornaron marcas geométricas en escenarios de pirámides, volcanes y códices sobre superficies reticulares: el “estilo Rojo” en el cual fluyen las posibilidades de la forma y el color con una riqueza interna más allá de la aparente rigidez y repetición.

 

Portada dedicada a Rojo de la revista de diseño gráfico Magenta (verano de 2018). A la derecha, dos parejas que cultivaron una larga amistad: Rojo, Mercedes Oteyza, Bárbara Jacobs y Manuel Felguérez. (Fotografía, cortesía Lourdes Almeida).

 

Oriundo barcelonés, su formación primera se dio a través de la cerámica y la escultura. Eran años de la Guerra Civil en España (1936-39) y antes de leer el niño Vicente tenía lápices de colores, tijeras y pegamento con los cuales dibujaba y recortaba los escenarios que veía desde la ventana: gente gritando en las calles, con armas y banderas. “Mis manos se convirtieron en mi relación con el mundo”, decía sobre este periodo que le dolía.

Zurdo, sin antecedentes artísticos en la familia y con un padre ingeniero electricista, dibujaba todo el tiempo hasta que las necesidades económicas lo obligaron a ingresar como aprendiz de cerámica en la Escuela del Trabajo. Comenzó a vidriar y quemar la cerámica con leña: el óleo lo conocería después de arribar a México en 1949 para encontrarse con su padre que diez años antes había cruzado el océano como refugiado político.

La luz y el aire que le habían deslumbrado al llegar a un nuevo escenario le acompañaron en sus primeros pasos en La Esmeralda, con sus maestros Agustín Lazo y Arturo Souto hasta que en 1950 le impregnó una presencia que sería su marca: el exiliado español Miguel Prieto, director de la revista Romance y del que fue ayudante en la oficina de ediciones del Instituto Nacional de Bellas Artes.

Con su tutor aprendió de la “democracia visual” para darle la misma importancia a cualquier publicación, y a otorgarles sencillez y elegancia a las letras, los colores, los papeles e imágenes. Junto con él, otra presencia fue nodal para su vida profesional: el escritor y periodista Fernando Benítez, de quien Rojo aprendió del humor y también de la carga visual para el suplemento México en la cultura.

Largo sería escribir sobre cada una de las ramas que enriqueció el integrante de El Colegio Nacional desde 1994. Porque si algo hizo Rojo durante casi 90 años fue trabajar, tener disciplina, pasión por los materiales y por las superficies de papel o tela convertidas en torrente, volcán, espiral, alfabeto. Paz lo definió con certeza: Vicente Rojo es “riguroso como un geómetra y sensible como un poeta”.

Fue laborioso hasta una semana antes de expirar. Y a raíz de la pandemia que nos azota desde 2020, él se refugió en su casa de Cuernavaca junto a su esposa, la novelista Bárbara Jacobs. Sus últimas presencias públicas se dieron en CDMX para recibir el Honoris Causa que le otorgó la Universidad Iberoamericana en febrero de 2019 y para la develación de su Jardín urbano en el Museo Kaluz en octubre de 2020: diez páneles de piedra volcánica y cantera mexicana que tienen casa en el antiguo hostal que hace contra esquina con la Alameda Central.

 

Dos detalles del estudio de Vicente Rojo en el barrio de Coyoacán, mayo de 2018. En la imagen central se observan las maquetas de los páneles que después serían llevados a la piedra y la cantera para crear el Jardín urbano<(i> instalado en el Museo Kaluz a partir de octubre de 2020. (Fotos de estudio: A. Abelleyra. Mural: @museokaluz en Instagram).

 

Retazos de un rompecabezas

-Has incursionado en tantos rubros del arte que eres poliédrico. Pero ¿de acuerdo con tu personalidad, con qué rama creativa te encuentras más a gusto?

-Para decirlo sencillo: si como diseñador me he sentido útil, como pintor, escultor o grabador no quisiera decir que inútil pero sí más personal, más libre, sin ninguna función de compromiso ni que comprometa a un posible espectador a algo. Si acaso, el único compromiso es lo que encuentre cada uno dentro de sí. El diseño me dio la posibilidad de poner los pies en la tierra y la ilusión de sentirme útil social, cultural y políticamente; en cambio la pintura, que está en el otro extremo, es aislada. Y si bien me ha dado cierta estructura por sus propias reglas, éstas las altero constantemente.

-¿Cuando estás en el taller y te sientes estancado, caminas, te refugias en algo?

– Me siento y me pongo a contemplar mis obras. Las dudas las resuelvo en mi silla. Como trabajo sobre quince esculturas o pinturas al mismo tiempo, voy jugando con ellas. Cada serie es como si fuera una novela en varios capítulos. Y si en uno me atoro o en otro aparece un personaje que no estaba previsto, medito si me sirve o no. Son las dudas sin las cuales no hubiera podido trabajar. No parto de bocetos previos, parto de pequeñas ideas, algunas lucecitas, un apunte, un dibujito. Me intriga saber por qué ese triángulo está más rico en el cuadro diez.

-¿Si viéramos tu trayectoria como un rompecabezas, qué piezas faltan?

-Muchas cosas que no he logrado porque no tuve tiempo o no me atreví: aprender a nadar o a jugar billar. Ambas me hubieran encantado porque en sí mismas son una obra de arte por el movimiento que conllevan.

-¿O quizás te hubiera gustado intentar el ser ambidiestro?

-Nunca se me ocurrió. Con la mano izquierda me defendí siempre. No necesité usar la mano derecha. El dolor que me generó ser zurdo de pequeño lo recuerdo bien pero a pesar de mis escasos años tuve facilidad para defenderme de lo que me obligaban a hacer y no me gustaba.

 

Todo un universo creado por Rojo para las portadas en Ediciones Era; a la derecha el Escenario abierto erigido en 2000 en el Centro Nacional de las Artes en 220 m2 de azulejos en las paredes externas del Aula José Vasconcelos. (Fotos: Esperanza Carroña para Elegante Vagancia Librería @EleganteV en Twitter y @cenartmex en Instagram, respectivamente).

 

-¿Por qué vas y vienes de Barcelona?

-Durante un tiempo fui constantemente porque tengo una hermana mayor pero hace casi diez años que no he vuelto. Como viví en Barcelona una década de represión franquista, imagino que Cataluña es como otro país en España. No entiendo muy bien cómo y cuándo podrán hacer una República, por lo menos la mitad de los catalanes que alguna razón tendrán. Y debo decir que esa, república, es una palabra bellísima para mí porque es la palabra con la que nací antes de la guerra; también me gusta por mi padre y mi familia, como mi tío que era un general republicano. Y cuando llegué a México también me di cuenta que llegaba a una. Entre las cosas que me conmovieron era que al presidente le llamaran C. Presidente de la República. C de ciudadano. Es una letra que se ha perdido pero que me parece hermosísima. Y en México encontré un país de ciudadanos, no de represores. Esa fue mi salvación.

Fin. Concluimos este viaje sobre un constructor de universos que recuperó su piano de la infancia en México con las músicas creadas junto a sus amigos y amores, entre los que estuvo el arte.

Vicente Rojo: gracias por tus sinfonías.

 


 

*El texto se construye con algunas palabras del artista contenidas en los libros Vicente Rojo, 40 años de diseño gráfico (UNAM/Era/Madero/Trama Visual, 1990) y Vicente Rojo. Puntos suspensivos. Escenas de un autorretrato (Ediciones Era/ El Colegio Nacional, 2010); segmentos de la presentación que Abelleyra hizo del segundo libro citado en el marco de la Feria del Palacio de Minería (marzo/2011), además de fragmentos inéditos de la charla efectuada en mayo de 2018 cuya versión corta fue publicada en la revista Magenta (Cuaderno 13, verano/2018) que dirige Felipe Covarrubias.

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