Del siglo XIX al XXI, liberales y conservadores no son comparables. (Imagen tomada de todostuslibros.com).

 

La díada liberales y conservadores ocupó el espacio de discusión pública en México a partir de la derrota ante Estados Unidos en 1847. Si bien la Independencia representó la posibilidad de la refundación del país, con el Imperio de Agustín de Iturbide la incipiente nación conservó prácticamente las mismas instituciones que perduraron durante la Colonia. No fue hasta 1824, con la Constitución federalista, cuando el pensamiento liberal aparece como programa político inspirado tanto en la Revolución francesa, la Independencia de Estados Unidos y la Constitución de Cádiz. Salvo el fugaz gobierno conservador de Anastasio Bustamante, los principios liberales perduraron hasta la guerra con Estados Unidos.

El liberalismo partía de la preocupación por lograr la unidad nacional ante los flagelos que había sufrido la patria. De tal manera pugnaba por la construcción de un país completamente distinto al que habían heredado con el Imperio de Iturbide: una república federal y democrática, gobernada por instituciones representativas. El crecimiento económico se daría a través del fortalecimiento de la pequeña propiedad, campesinos y maestros artesanales. El objetivo era impulsar el dinamismo de las clases medias, de tal manera se daría fuerza a las poblaciones y se extendería la ilustración.

En su libro El liberalismo mexicano en la época de Mora, el historiador estadounidense Charles A. Hale, disecciona la primera época del pensamiento liberal del siglo XIX encabezado por José María Luis Mora, Lorenzo de Zavala y Mariano Otero. Para Hale, el liberalismo aspiraba a sustituir la tradición colonial basada en la doctrina del catolicismo, por una afirmación igualmente universal: la libertad de la persona humana; en otras palabras, buscaba la igualdad ante la ley de todos los seres humanos en cuanto seres de razón. Se basaba en el libre juego del interés individual, es decir, en garantizar el derecho a la propiedad privada y la libertad económica por medio del laissez-faire. La Iglesia representaba un freno para el desarrollo de una sociedad moderna por la acumulación de propiedades, privilegios y el monopolio educativo que inspiraba dogmatismo y, en cambio, inhibía la investigación y la duda que aproximan al entendimiento humano y a la verdad.

La libertad individual consistía en emancipar al individuo de los grilletes que lo ataron al sistema español. Entre las libertades que debían garantizarse estaban la de prensa, expresión y culto. El liberalismo traería progreso y prosperidad; para ello había que eliminar los obstáculos que impedían el desarrollo de la libre empresa: las grandes propiedades rurales, los bienes de manos muertas de la Iglesia y las corporaciones. No obstante, una de las críticas más contundentes hacia el liberalismo, fue que las propiedades indígenas cayeron en el rubro de corporaciones y, por lo tanto, tiempo después, con las Leyes de Reforma, fueron susceptibles de ser enajenadas.

Luego de aproximadamente 20 años del dominio del liberalismo en su primera etapa, México sufrió una contundente derrota ante Estados Unidos y se desató una crisis que cuestionó la manera en que la República había sido gobernada desde la Independencia. De acuerdo con Hale, los conservadores, bajo la dirección de Lucas Alamán, lograron señalar conflictos en el pasado mexicano que previamente no se habían percibido o habían sido ignorados para señalar el fracaso del régimen postcolonial inspirado en el liberalismo.

El eje monárquico del conservadurismo mexicano del siglo XIX: el ofrecimiento del trono a Maximiliano de Habsburgo en su residencia de Miramar, en una pintura de 1867 del italiano Cesare Dell’Acqua (1821-1905). (Imagen tomada de sellugsk.live).

 

Los conservadores sentenciaban que el México independiente había roto con su pasado, se había apoyado en instituciones y principios extranjeros y, por tanto, se había condenado a sí mismo a la anarquía interna y a la debilidad externa. La crisis del 47, pues, hizo que el pensamiento conservador naciera de manera coherente a través de un discurso que exigía el regreso del orden que había imperado durante la Colonia. Se trataba de refundar la nación conservando su legado hispánico a través de un régimen monárquico y católico debido a que la religión era el único lazo que unía aún a los mexicanos, cuando todos los demás se habían roto. La prosperidad se daría por la colaboración entre una administración ilustrada y la élite minera y mercantil; es decir, el pensamiento conservador desdeñaba la agricultura y la propiedad de la tierra y, consecuentemente, al México rural e indígena.

La pugna entre liberales y conservadores llevó al país a un enfrentamiento intestino donde imperó la inestabilidad política y propició la Guerra de Reforma. Fue en 1857, cuando los liberales de la segunda época, los herederos de Mora, Zavala y Otero, representados por Benito Juárez, Guillermo Prieto, Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano, entre otros, impusieron la doctrina liberal como destino próximo del país con la promulgación de la Constitución.

México ha pasado por más de 150 años de historia luego del debate entre conservadores y liberales. No obstante, hoy en día, desde el ámbito público se recurre a aquella terminología para establecer una nueva disputa. Empero, visto bajo la óptica de aquellos argumentos, es difícil asegurar la vigencia de ambos posicionamientos, pues se trata de una controversia decimonónica que si bien forjó un precedente en nuestra historia, su fecha de caducidad ha pasado. Reciclar debates que en algún momento nos confrontaron, es abonar al divisionismo, cuando hoy lo que requerimos son espacios para la conciliación.

Algunos personajes del liberalismo mexicano. (Imagen tomada de presentacionfinalhistoria.blogspot.com).

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