En las pinturas de Jasmin Amador destaca su nivel de detalle y una búsqueda constante de originalidad. (Foto tomada de Instagram @cccmla_).

Jasmin Amador

LOS ÁNGELES. El encuentro me hace recordar una de aquellas visitas que cada dos meses le hacíamos a don Jaime Sabines, ya postrado en su lecho, para entregarle el número correspondiente de Cuarto Creciente, la revista-plaquette de poesía que editábamos Dante Salgado, Pablo Casas y yo a principios de los noventa. En aquella ocasión, el poeta nos narró la manera en que escribió “Los amorosos”. Trabajaba en Tuxtla, recordó, en la tienda de telas de su padre y se propuso hacer un soneto diario durante todo un mes, el último día los leyó todos y no tuvo más remedio que romperlos, ninguno servía; no obstante, se sentó a la mesa y de corrido escribió aquellos versos que lo inmortalizaron.

Jasmin me confiesa tener muchas ideas y romper innumerables bocetos. Le platico la anécdota de don Jaime y se siente descrita en ella. El proceso creativo es muy complejo, platicamos, descubrirse a uno mismo requiere no solo ingenio sino mucha dedicación. Jasmin goza de ambas cualidades; a pesar de su estado, todos los días trabaja en búsqueda de su originalidad. Cada obra le lleva cerca de cuatro meses, no solo por el nivel de detalle que caracteriza a sus lienzos, sino porque necesita hallar el momento preciso para hacerlos, con la energía suficiente, tanto física como creativa.

Pintar requiere el ejercicio previo de contemplar las obras de los artistas que nos precedieron y las de aquellos que nos acompañan. Le platico mis más recientes aproximaciones a la vida de los artistas: la biografía Leonardo da Vinci de Walter Isaacson, y la serie sobre Picasso, de NatGeo, protagonizada por Antonio Banderas, y cómo en ambas vi una constante búsqueda de la innovación. Así vive Jasmin: se debate internamente, rompe sus dibujos, los deja reposar y regresa a ellos; no le satisfacen. Visita los museos de Los Ángeles, observa las obras y echa a andar su imaginación. “Mañana vamos al Getty”, presume mirando a su madre como si le concediera un capricho.

Jasmin, de 26 años, padece de distrofia muscular. Uno de sus sueños es exponer en México. (Fotos: Cortesía de la artista).

Por momentos me parece que Jasmin sufre más por hallar el halo de inspiración que por estar atada a una silla de ruedas. Padece de distrofia muscular; desde los ocho años no camina y el control sobre sus brazos es prácticamente nulo. Ahora tiene 26 y está a punto de terminar la carrera de artes en el Citrus College.

Desde niña le gustaba pintar. No obstante, cuando la llevaron a Rancho Los Amigos a terapias de rehabilitación a través del arte se rehusó, pues no sentía que perteneciera a aquel grupo de personas discapacitadas. Siempre se había creído una niña sin limitaciones. No podía relacionarse con ellos; le disgustaba saberse parte de una categoría. Si te ven en una silla de ruedas, comenta, de inmediato la gente piensa que tu cabeza no sirve.

Acudió a una escuela ordinaria tanto en la primaria como en la secundaria, pero al pretender ingresar a la preparatoria se encontró con una barrera que la familia se propuso derribar. El distrito escolar la obligaba a acudir a una escuela especial, pues de aceptarla no solo requerían acondicionar el espacio para el acceso a sillas de ruedas, sino que se necesitaría una persona que la apoyara, costos que no estaban dispuestos a asumir. Los Amador emprendieron una batalla legal, los acusaron de discriminación y finalmente lograron que fuera aceptada. “Gracias a mí”, presume Jasmin, “ahora a esa escuela pueden acudir otros niños con discapacidades; yo les abrí las puertas”.

Jasmin encontró el espacio para pintar y lo hizo con esmero. Aceptó participar en el programa de rehabilitación a través del arte, pero ella tenía aptitudes que más bien la llevaron a ser mentora. Y así fue, orientaba a sus compañeros, quienes la tenían como paradigma. “No te preocupes, les decía, hay una buena parte en esto de vivir en una silla de ruedas, y es que al final de cuentas tus zapatos no se verán desgastados”. El sarcasmo con el que se mofa de su circunstancia no es más que una prueba de que vive sin lamentarse.

 

En enero, la artista expuso su obra el Centro Cultural y Cinematográfico México del Consulado de México en Los Ángeles.

Don Celso y doña Esmeralda han realizado un trabajo invaluable en la vida de su hija. La han hecho sentir una mujer libre y segura. Entro a su casa y se revela el orden y el buen gusto. Celso es aficionado a la jardinería y ha logrado convertir su espacio en un lugar inspirador para Jasmin, casi un edén que le ha edificado; originario de Puebla, trabaja como operario de limpieza en una escuela. Esmeralda, proveniente de Zacatecas, se dedica a los cuidados de Jasmin. Ambos han encontrado en la fe evangélica la oportunidad de reflexionar y aceptar su destino. Celso es un hombre sabio, lo mismo me narra pasajes de la Biblia, que me platica de la riqueza cultural de su estado natal.

Jasmin forma parte de la Monrovia Association of Fine Arts. En enero de este año expuso su obra en el Centro Cultural y Cinematográfico México del Consulado de México en Los Ángeles, fue entonces cuando tuve la oportunidad de conocerla. Ahora tiene nuevos retos, incursiona en el arte urbano y justo terminó la intervención de una caseta eléctrica en el norte de Los Ángeles; tiene el sueño de exponer en México para que allá conozcan su obra.

Me muestra la pieza por la que ahora se desvela: un lienzo en acrílico con los labios de una mujer perfectamente delineados, adornados con un racimo de flores multicolores y con los dientes dispuestos a devorar la vida que tiene por delante.

9 de agosto de 2019.

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