Museos Casa Azul Frida Kahlo y Anahuacalli:
no contar con la veleidad de los gobiernos

La Casa Azul y El Anahuacalli son manejados administrativamente por un fideicomiso en donde el Banco de México es el fiduciario. (Fotos: @museofridakahlo y @anahuacalli en Instagram).

En esta quinta entrega sobre la situación de algunos museos en México frente a la pandemia de la COVID-19 (la cuarta reflexión fue publicada en Paso libre alrededor de los Museos Soumaya y la Casa Guillermo Tovar de Teresa de la Fundación Carlos Slim), toca el turno ahora a dos recintos que congregan parte del legado de dos artistas mexicanos estrella: Frida Kahlo y Diego Rivera, manejados administrativamente por un fideicomiso privado. Se trata de los museos Frida Kahlo o Casa Azul y el Diego Rivera Anahuacalli ubicados al sur de la ciudad de México con acervos de arte precolombino, bocetos de murales, mobiliario, objetos y obra que develan el universo más íntimo tanto del muralista como de la pintora mexicana que si al principio era “la esposa de”, trascendió la subordinación para transmutarse en autora convertida en marca millonaria y con notable ranking en las cotizaciones del mercado del arte internacional.

El Museo Frida Kahlo más conocido como la Casa Azul es el sitio donde nació y murió Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón. Ubicado en el centro de Coyoacán, se convirtió en museo en 1958, cuatro años después de la muerte de la pintora. Tiene una construcción de 800 m2 y un terreno de 1,200 m2. Con la suma de 580,000 visitantes anuales es uno de los museos más concurridos en la ciudad de México con una afluencia pareja al 50-50 por ciento entre sus públicos nacionales y extranjeros. Antes de la pandemia era común ver largas filas afuera del inmueble azulado con grupos de turistas en los fines de semana o durante la vacación, mientras en horario escolar deambulaban grupos de estudiantes de primaria o universitarios absortos y divertidos en el recorrido por la recámara, entre los corsés, los retablos, el caballete y la cocina o posando en los patios junto a piezas precolombinas y árboles, tal y como queda el registro para Instagram de celebridades variopintas con los nombres de Tim Burton, Patti Smith, Julianne Moore, Miguel Bosé, Annie Leibovitz o Rossy de Palma, una de las chicas Almodóvar.

Además de Viva la vida (1954) el cuadro con el conjunto de sandías que Frida pintó ocho días antes de morir, otras piezas relevantes en la iconografía de la Kahlo son Frida y la cesárea (1931) y Retrato de mi padre Wilhelm Kahlo (1952) que se suman a la cama, pinceles, libros, muletas, juguetes, vestidos y joyas que relatan la vida y la trayectoria de la artista vuelta icono a nivel global.

A la izquierda, detalle en el estudio de Frida; a la derecha la máscara que utilizaba Diego para realizar sus obras. Ambos escenarios creativos ocupan la Casa Azul en Coyoacán.

Una de las últimas sorpresas en la Casa Azul que puede verse ahora es el acervo multiplicado que se hizo en 2007 en el marco del centenario del nacimiento de Frida y el 50 aniversario luctuoso de Diego: las cartas, fotos y objetos ocultos en el baño de la recámara de Frida y que se habían mantenido bajo resguardo a petición expresa de Rivera, quien al morir, pidió a Dolores Olmedo develarlo hasta 15 años después. Así salieron a la luz 22,105 documentos, 5,387 fotografías, 3,874 revistas y publicaciones, 2,776 libros, decenas de dibujos, objetos personales, vestidos, corsés y juguetes. El conjunto fue restaurado, clasificado y digitalizado a lo largo de tres años por un grupo de especialistas.

Los jardines e interiores cuentan además con piezas del arte popular que coleccionaron Frida y Diego, apasionado del arte prehispánico que es columna vertebral del Museo Anahuacalli del que hablaremos más adelante.

El Museo Frida Kahlo vive de la taquilla, de la edición y venta de libros, de las exposiciones internacionales que realiza, de los servicios de videoguías, y entradas por concepto de pago de permisos para fotografía, uso de espacio y filmaciones. El costo de entrada general es de 270 y 250 pesos, para visitantes extranjeros (en fines de semana y entre semana, respectivamente). Los visitantes nacionales pagan 130 y 110 pesos. Las tarifas se reducen a 50 pesos para estudiantes y maestros; 25 pesos para estudiantes de primaria y secundaria y para adultos mayores. Con el boleto de entrada al MFK hay una cortesía para entrar al Museo Diego Rivera Anahuacalli. La entrada es gratuita para personas con capacidades diferentes, para niños menores de 6 años acompañados de sus padres y para las personas de escasos recursos que lo soliciten. Hay visitas guiadas y visitas dramatizadas nocturnas con precios especiales para cada caso.

Dos imágenes de los jardines del Museo Frida Kahlo en donde el público puede ver algunas piezas con el sello prehispánico que apasionó a Diego Rivera a lo largo de su vida como coleccionista.

Por su parte el Museo Diego Rivera Anahuacalli se presenta como un espacio que “permite el diálogo entre la estética prehispánica y contemporánea” y que busca vincularse con la comunidad no solo a través del arte precolombino sino de la danza, el teatro experimental y talleres creativos. Fue ideado por Diego Rivera en los terrenos aledaños al volcán Xitle en el Pedregal de San Ángel, como sede de la donación que hizo “al pueblo de México” de su acervo de arte precolombino: 45,000 piezas de las cuales un total de 2,000 conforman la exposición permanente de figuras de las culturas olmeca, nahua, tolteca, zapoteca y del noroeste de México. Existen además 16 bocetos de sus murales. Sus visitantes al año suman 139,000 con 60 por ciento de público nacional y 40 por ciento extranjero.

Era 1941 y Rivera venía de San Francisco, donde concluyó Unidad Panamericana, su mural más extenso realizado en Estados Unidos por encargo del San Francisco Junior College. Ya en México, junto con Frida Kahlo decidió el destino de un terreno desértico y rocoso al sur de la ciudad de México en donde primero pensaba instalar una granja. Finalmente sería la sede para mostrar el arte prehispánico que había reunido por más de 30 años. Así, en 1942 inició en el pueblo de San Pablo Tepetlapa el diseño de una arquitectura en piedra donde coronan las esquinas los cuatro elementos representados por sus divinidades prehispánicas: la tierra por Chicomecóatl, diosa del maíz; el aire por Ehécatl, el dios del viento; el fuego por Huehuetéotl, y el agua por Tláloc, el dios de la lluvia.

El valor estético fue la motivación principal de Diego Rivera para reunir un acervo precolombino que suma 2,000 piezas montadas en la colección permanente del Anahuacalli. Una sección especial en el museo está dedicada a los bocetos para 16 murales del guanajuatense.

Juan O’Gorman fue el arquitecto que acompañó a Diego y a Frida durante el largo periodo de edificación a partir de 1942 y que culminó hasta 1964, año de su apertura al público. Rivera murió en el 57 y Frida lo hizo con tres años de antelación pero O’Gorman continuó con el proyecto del museo junto a Ruth Rivera, hija del muralista, y la coleccionista y mecenas Dolores Olmedo.

En el Anahuacalli las 23 salas que despliegan vasijas, esculturas, juguetes y mosaicos no ofrecen una lectura en estricto orden cronológico ni arqueológico sino que responden a los intereses estéticos de Diego frente a lo precolombino y lo popular, de manera que las piezas “no cuentan con una cédula explicativa” a la manera de una ficha arqueológica. La sección preferida de Rivera en el acervo era la de figurillas de las culturas del Occidente de México: Jalisco, Colima, Nayarit y Michoacán, por lo que es profusa la selección de los personajes y escenas de la vida cotidiana de aquellos pueblos.

Para dar estructura jurídica y administrativa al museo y las colecciones en donación, en agosto de 1955 Rivera legalizó con el Banco de México el fideicomiso que administra hasta la fecha tanto este espacio como el Museo Frida Kahlo. Nombró como presidenta del fideicomiso a Dolores Olmedo, su amiga y mecenas que continuó al frente del organismo hasta 2002, año de su fallecimiento. Actualmente su hijo Carlos Phillips Olmedo es el presidente del comité técnico del fideicomiso y dirige además el recinto de La Noria, el Museo Dolores Olmedo Patiño que reúne en un mismo sitio la mayor colección de obras de Rivera y Kahlo, juntos.

Ante el decreto presidencial de extinción de fideicomisos “sin estructura orgánica” (presentado el 2 de abril de 2020), Hilda Trujillo Soto comenta que ambos museos no serán afectados ya que “trabajan bajo la vigilancia y la administración de un fideicomiso privado” al no recibir apoyos económicos del gobierno desde la gestión de Consuelo Sáizar al frente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (2009-2012). Es precisamente la directora de Casa Azul y el Anahuacalli quien responde el cuestionario de Paso libre por la vía del correo electrónico. Trujillo Soto, con formación en relaciones internacionales y maestría en ciencias políticas por la Universidad de París Sorbonne, hizo un curso de historia del arte en Cambridge, trabajó en el Festival de la Raza y en la dirección de cultura de la delegación Coyoacán antes de llegar a dirigir ambos museos en los que lleva 17 años.

—¿Cómo ha impactado la pandemia en la vida de los museos Frida Kahlo y Anahuacalli?

Hemos tenido que replantearnos totalmente el presente de los museos y su futuro inmediato en el equipo. Se ha hecho un alto total para reflexionar sobre una realidad distinta y hacer conciencia que los planes y proyectos que existían ya no tendrán futuro. Partimos de la incertidumbre para plantearnos los retos que nos permitan ver la realidad inmediata.

—¿Cuáles son a tu juicio las medidas de emergencia que se requieren en el presente para apoyar la labor de los museos en México?

—Se requiere de estímulos fiscales, la deducción de impuestos, el asignar recursos de los gobiernos locales, estatales y federales para enfrentar la contingencia. Si no se trabaja dentro de los museos para un fortalecimiento interno, poco se podrá hacer desde afuera.

—¿Cuáles son las estrategias que implementarán en el mediano y el largo plazo?

—El largo plazo no se alcanza a ver y el mediano es distante. Pero en el corto plazo nuestra estrategia será hacer una valoración, un análisis y un plan de crisis con todo el equipo (le agradezco a mi coach Arturo Chávez el enseñarme). Es fundamental escuchar el sentir del equipo y tener una lluvia de ideas; priorizar estrategias, acciones y el focus group. Saber que el fin principal es conservar a nuestros museos que son baluartes de nuestro país así como conservar los empleos y fortalecer nuestra relación con la comunidad, con nuestros vecinos; fomentar la resiliencia con todos ellos e impulsar la empatía.

Tim Burton en la Casa Azul y Patti Smith en el Anahuacalli. En la cuenta de Instagram de ambos museos es usual que se deje constancia de las celebridades que recorren sus espacios.

—¿Crees que ante la realidad post pandemia habrá que replantear un Programa Sectorial de Cultura?

—No nos sentimos parte de ese Programa Sectorial.

—¿Qué requeriría una Ley de museos?

—Hay que estudiar las mejores legislaciones en el mundo en la materia pero más que preocuparme por una legislación de museos considero que es más importante impulsar los estímulos fiscales a la cultura, el arte, la ciencia y el deporte.

—¿Es necesaria una Ley de Mecenazgo y qué lineamientos plantearías para una en México?

—Una Ley de Mecenazgo es indispensable pero con medidas de aplicación vigiladas para exigir calidad y no tomar malos ejemplos como los de Brasil y Alemania; sí como el de Holanda.

—¿Cómo alentar la participación social, de individuos y empresas en el entramado del sector cultural?

—Desde el convencimiento social. No se puede contar con la veleidad de los gobiernos.

—¿Qué estrategias financieras y en materia fiscal podrían implementarse en beneficio de los museos y de sus públicos?

—Que los directores tomen cursos de administración, finanzas y recaudación de fondos; es decir, que haya licenciatura y maestrías para estudiar el manejo de los museos. Las iniciativas podrían venir de universidades tanto públicas como privadas pero con un enfoque en la preservación de los bienes históricos y artísticos a través de la perspectiva de costo-beneficio, la productividad y sus resultados.

—¿Han establecido con la Secretaría de Cultura actual comunicación, enlace, intercambio de opiniones y/o crítica?

—No.

—Diferentes voces plantean la necesidad de posponer o redireccionar los recursos de proyectos como el del Bosque de Chapultepec para canalizarlos a museos o trabajadores de la cultura que hoy viven una crisis ante la pandemia. ¿Qué opinas?

—No son diferentes voces es una asociación que no sé cómo se llama ni cómo está conformada. Lo que sí es desmedido, resulta una locura, una insensatez de megalomanía enloquecida y caprichosa es el proyecto del Bosque de Chapultepec. Hay miles de necesidades urgentes desatendidas en el campo de las artes, el patrimonio y la cultura. Ese proyecto será a todas luces una tiradera de dinero innecesario.

—¿Cómo participa la iniciativa privada en relación con los museos a tu cargo?

—Participan activamente aunque no tienen estímulos fiscales, pero estamos muy apoyados por la sociedad, por empresas nacionales e internacionales y también por embajadas de diversos países.

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